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No. 10  l  Diciembre 2006

El Borbah
Charles Burns

Por El rey Migas

Durante mucho tiempo quise dibujar como Charles Burns. Pero durante ese largo tiempo nunca leí una novela gráfica suya, sólo conocí algunas imágenes que había encontrado en Internet: en una de ellas, un niño con síndrome de Down trataba de escapar del Yeti subiendo a un árbol que parecía forrado en cuero o terciopelo; en otra, una desnuda mujer violeta se comía un tajapán acurrucada en el pasto, mientras me pedía con la mirada que no reparara en el rabo canino que asomaba de su coxis; un gordo con una trusa –y máscara de niño con síndrome de Down– espiaba a una dominatriz peinada como se peinaban mis tías en la adolescencia.

Me bastaba con saber que Burns era un dibujante excéntrico y singular, que había seguido una estricta dieta de películas de serie B y cómics como Tintín y la revista MAD durante su niñez, que Daniel Clowes –el dibujante al que emparentaban con David Lynch y describían como el “ácido heraldo de la angustia adolescente”– siempre lo citaba como una de sus grandes influencias, y que de joven se había dedicado a hacer historietas junto a Matt Groening (éste dijo de Burns y Lynda Barry: “ellos eran buenos; yo tenía problemas de autoestima”).

Me llevé una cierta sorpresa el día en que por fin pude leerlo. A la mujer violeta le había crecido el rabo por un virus de transmisión sexual, que iría diezmando, uno a uno, a todos los estereotipos de esas series sobre colegios gringos que, de confiar en Hollywood y Disney, permanecen casi invariables desde hace 50 años. Y el gordo con trusa se llamaba El Borbah.

Burns dice que en 1981, “un sábado gris estaba viendo la tele, cambiando canales, cuando de pronto me di de bruces con la lucha libre. En un momento dado del programa, vi entrar en el ring a un tipo enorme con una diminuta máscara y una increíble amalgama de tatuajes. Una vez lo boceté en mi bloc de notas, supe que ya tenía a mi personaje. Lo bauticé como El Borbah en honor a los luchadores mexicanos a los que admiraba y a mi amigo John Borba”. Es decir, veinte años antes de que la figura del luchador mexicano se hiciera un lugar común de “lo bizarro”. El zapping como musa precoz.

Detective privado que se alimenta exclusivamente de cerveza y tacos, El Borbah habita una ciudad a medio camino entre el cine negro y la ciencia ficción. Por sus calles desfilan científicos burócratas, inseminadores mesiánicos, magnates depravados y sectas secretas, dejando a su paso un reguero de baba o masa viscosa que El Borbah explora sin interés ni asco, mientras revienta puertas y reparte golpes a caudillos robóticos e inmigrantes ilegales por igual.
La obra, publicada por capítulos a comienzos de los 80 en la revista Heavy Metal, mezcla bostezos con diálogos duros, describe anatomías deformes con un trazo conciso, de una sobriedad falsamente impersonal. Esta minuciosa precisión, reforzada por el blanco y negro, señala algo que parece más evidente en la adolescencia que en cualquier otra época: que así como el trance por el que atravesamos al nombrar algo o alguien como “normal” es transitorio y frecuente, el absurdo también puede ser doméstico e inobjetable.

Charles Burns nació en Washington en 1955, pero creció en Seattle. Sus trabajos alcanzaron difusión en los 80 a través de Raw, la revista de cómic de Art Spiegelman. Es autor de Big Baby, Skin Deep y Black Hole, serie por la que recibió el Ignatz Award en 2003 y el Harvey Kurtzman Award. Ha ilustrado portadas para revistas como Time, Esquire y The New Yorker, así como otros trabajos, desde portadas para discos de Iggy Pop hasta campañas publicitarias para pastillas mentoladas.

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