Contenido | Contáctenos | Información sobre suscripciones | Paute en piedepágina 
Revista de Libros
No. 10 diciembre 2006



mis libros
Santiago Cárdenas

A partir de una conversación con Paula Ungar y Alberto Baraya

 

las primeras lecturas

Me acuerdo mucho de un libro que se llama Corazón, de Amici. Es tal vez el primer libro que recuerdo. Papá nos leía, a mi hermano Juan y a mí; esto obviamente era la época antes de la televisión. Me acuerdo mucho de que nos leía en inglés, R. L. Stevenson, La Isla del Tesoro. Esto era en Estados Unidos, yo tenía unos 10 años. Nos fuimos en el 47. Yo nunca estudié inglés formalmente, en esa época no había colegios bilingües en Bogotá, como ahora. El colegio al que yo iba era el colegio de las señoritas Casas, quedaba en la 13 cerca de la clínica Marly. Lecturas ahí en el colegio si no me acuerdo. Cuando llegamos a Estados Unidos no sabíamos nada de inglés. Salíamos a la calle, jugábamos con los niños vecinos y se burlaban porque no entendíamos. Luego lo aprendimos muy rápido, como si nos hubieran regado con un agua. Y además fuimos a la escuela, y eso obliga. Pero no es que nos hubieran puesto un maestro especial, ni nada. La inmersión en el medio…

la biblioteca de papá

En Estados Unidos, mi padre tenía una buena biblioteca, muchos libros eran técnicos, de ingeniería y esas cosas, pero también había muchos otros, como novelas. Y a mí me encantaba llegar del colegio a buscar ahí; en la casa no había nadie y yo me metía a buscar libros, a ver qué encontraba. Muchos de esos libros no estaban recetados para mi edad, porque como nadie me estaba diciendo que los cogiera o que no los cogiera… En la escuela había un buen programa de lectura, nos ponían a leer y teníamos que hacer informes. Y me acuerdo que muchas veces yo llegaba con un informe y la profesora me decía, “no, ese libro no es para su edad”. ¡¡¡Pero yo ya lo había leído!!! A uno le tocaba ir a la biblioteca del colegio porque uno tenía que aprender a usarla. Yo la detestaba. Porque quedaba en el colegio. No había nada que a mí me disgustara más que estar en el colegio. A mí me encantaba irme a mi casa y tranquilamente ponerme a mirar libros. En el colegio tocaba sacar formalmente los libros, llenar la ficha, llevarse el libro, y si no le gustaba, qué jartera, tocaba ir a devolver el libro y hacer toda la gestión otra vez. En cambio en la biblioteca de mi padre, era otra cosa.

las imágenes de los libros

Me acuerdo de que leía mucho la Enciclopedia Británica, que sí es la cosa más maravillosa del mundo. Uno simplemente cogía cualquier volumen y comenzaba a mirar y ahí se quedaba uno enredado en cualquier sección, en historia, en ciencias. ¡Mirando láminas! Otro libro del que todavía me acuerdo es La Divina Comedia: grande, rojo, como vino tinto, lleno de los grabados de Doré. Y eso a mí me parecía la cosa más fascinante del mundo. Lo que más leía era esas ilustraciones, y a veces uno leía el texto, para a ver si decía algo de las ilustraciones. Eso era fascinante, eso sí me llamaba la atención. Como yo siempre he sido un apasionado del arte, desde pequeñito, los libros que a mí me gustaban eran los que tenían reproducciones. Yo miraba a ver si tenían láminas, si no, pues pasaba, me parecía que no debían tener mucho qué contar. Las láminas le decían a uno mucho qué era el libro, por ejemplo lo situaban históricamente. El Quijote con sus láminas. Casi todas las ediciones del Quijote tienen láminas. Uno casi no se imagina al Quijote sin láminas.

ilustrar:
la imagen de un texto o el texto de un dibujo

Yo no soy bueno para ilustrar. Mi hermano Juan sí, tiene mucha imaginación. A mí me cuesta trabajo situarme, hacer dibujos que sean artísticamente válidos como ilustraciones. Es muy difícil. Hay gente que cree que los libros no deberían tener ilustraciones, son muy estrictos en eso. Creen que uno cuando lee debe imaginar; el escritor le debe a uno mostrar las imágenes con las palabras. Y a mí me parece bien. Por ejemplo, García Márquez, yo no me lo imagino con ilustración. Hay tanto color en el idioma, en las frases, casi que cada frase es ya una historia. Ese es el tipo de escritor que yo sería incapaz de ilustrar. Precisamente ahora me pidieron que ilustrara un cuento de García Márquez, ya lo leí y todo, pero todavía no sé qué hacer. El conflicto entre el texto y la imagen, qué ilustra a qué, qué está en función de qué, lo tenemos los pintores con los títulos de las obras. Por eso yo le pongo a mis cuadros los nombres más simples. Palabras, por ejemplo,“Paraguas”, y no “Después de la lluvia”.

los molinos del Quijote

Yo creo que en cierta forma es un atrevimiento hacer ilustraciones a una buena obra de literatura. Sin embargo, sí me han pedido… Hace un par de años, con los 500 años del Quijote, me pidieron una ilustración de algún pasaje del Quijote. Lógicamente yo escogí Los Molinos. Y me costó mucho trabajo hacerle la ilustración, pero la hice y fue divertido. Con libros como ese, donde ya la gente sabe cómo tienen que ser las ilustraciones, uno puede decepcionarlos. Pero también eso puede ser una ayuda, uno ya sabe que el Quijote tiene que ser flaco, que Sancho tiene que ser gordo, que los molinos tienen que ser monstruosos, y entonces lo difícil es pintar algo que uno se imagina. Me imagino que pasa lo mismo haciendo cine cuando hay que darle vida visual a un personaje que está en una novela… Tiene que ser creíble, que a uno le crean que así sí fue. Y uno de los problemas es el color. Porque uno se imagina el Quijote en blanco y negro, y eso es muy fuerte. Como era de día, seguro había mucho pasto verde, el cielo era azul, era el atardecer, uno se imagina una cosa muy dramática.

escribir sobre pintura

A mí me gusta escribir, pero me cuesta mucho trabajo. He escrito cositas cortas sobre exposiciones, sobre artistas, cositas críticas pequeñas. Los críticos buenos, generalmente ingleses o norteamericanos, son gente muy preparada, una cultura bastísima, un enorme dominio del idioma. Yo eso no lo tengo, soy totalmente incapaz de competir a ese nivel. Yo hago análisis rápidos para mí mismo, o quizás para docencia, pero no como para hacer la disección para otras personas. Por ejemplo, ahora me estoy leyendo un libro buenísimo que es la biografía de Goya, escrita por Robert Hughes. Es el crítico número uno A, un tipo brillantísimo, eso es realmente fascinante. Muchas veces no comparto lo que escriben sobre mis cuadros. De vez en cuando hay gente muy buena, que no sé por qué no escribe más. En Bogotá no hay mucha gente, pero en provincia hay gente que escribe muy bien. En Cali, en Medellín, han escrito cosas mejores sobre mi obra que lo que se ha escrito en Bogotá. La han estudiado más en serio, la han analizado. Además, como es gente que no me conoce, uno siente que tienen más libertad de decir cosas, aquí uno siente que están frenados, o que definitivamente lo odian a uno.

decepción de lector

Me decepcionó Cien años de soledad. Me cansé. El lenguaje se va volviendo muy empalagoso. Uno como que dice “Bueno, este cuento no me lleva a ninguna parte”. Cuando traté de leer Cien años de soledad yo estaba recién llegado de Estados Unidos. Acababa de leer cosas como La Montaña Mágica, novelas tremendas como las de Dostoievsky… Y leer a García Márquez me parecía banal, superficial. No tenía moraleja. Eran buenos cuentos, pero era demasiado. ¡Ya, no más cuentos! Como lo ponían como la obra más magistral de todos los tiempos, lo comparaban con El Quijote, uno entraba con una gran expectativa. Aparte de Cien años de soledad, García Márquez me parece un escritor fantástico, hay otros libros de él que sí me he terminado.

enseñar

Yo siempre he pensado que las personas que estudian arte en las universidades deben ser personas cultas. Porque hay mucha gente que opina que los artistas deben ser unos bárbaros. La imagen es la de un expresionista, un tipo sucio, bohemio. A mí me parece que eso puede ser; pero que si va a la universidad, es obligación de quienes estamos ahí proporcionarle conocimientos que no tendría si no hubiera ido. Debe saber algo de historia del arte, debe saber leer y escribir, debe expresarse en una forma oral y escrita que sea entendible. Hay muy buena literatura en la historia del arte, hay libros escritos por artistas que son absolutamente geniales. Por ejemplo, la autobiografía de Benvenuto Cellini. El que es artista y no lo ha leído se ha perdido de un momento en la historia del arte que es absolutamente fascinante, que es el Renacimiento. Y este libro es como una novela, pero escrita por un artista italiano renacentista sobre su propia vida. Explica por ejemplo cómo hizo sus esculturas, cómo fundía todo el metal que encontraba en su casa, echaba de todo cuando necesitaba más metal. Cuenta cómo lo robaban sus patronos, cómo no le pagaban sus clientes… Exactamente como pasa ahora. Las peleas en las que se metía. Le ayuda a uno a entender no sólo a este artista, sino a muchos otros artistas. Habla de Miguel Ángel, de Leonardo… ¡Es que él los conoció!

 

Foto de Olga Lucía Jordán,
del libro Santiago Cárdenas,
editado por Villegas Editores
con el patrocinio de Seguros Bolivar

 

 Volver arriba


Todos los derechos reservados. | Imagen y texto © Revista piedepágina