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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007

Ena Lucía Portela
wikipedia / escritores.org

Libros:
Djuna y Daniel (2007) Random House
Alguna enfermedad muy grave (2006)
Cien botellas en una pared (2002)
La sombra del caminante (2001)
El viejo, el asesino y yo (1999) [cuento]
Una extraña entre las piedras (1999)
El pájaro: pincel y tinta china (1997)

Textos en internet:
Huracán (los noveles)
Una extraña entre las piedras

Algunos rumores sobre Djuna y Daniel

Por Ena Lucía Portela

Mi novela más reciente, que lleva por título Djuna y Daniel, será publicada a fines de este año por Random House Mondadori. Ambientada sobre todo en el París de entreguerras –aunque los protagonistas, viajeros empedernidos, se desplazan también por otros escenarios, como Nueva York, San Francisco, Londres, Berlín, Munich, Viena, Amsterdam, Budapest, Tánger, la Riviera francesa, etc.–, trata acerca de la amistad, el desarraigo, las relaciones de pareja, el alcoholismo, el dinero y ciertos aspectos, digamos un tanto problemáticos, del oficio del escritor; v.g., lo que ocurre, o puede ocurrir, cuando uno caricaturiza en una obra de ficción, de un modo más o menos cruel, a personas que ha conocido en la vida real.

Sospecho que no faltará quien asegure que Djuna y Daniel discurre, además, sobre la construcción de una presunta identidad gay & lesbian, o bi, o tal vez queer, como se estila ahora, o algo así. A algunos académicos les encanta decir esas cosas, aun a contrapelo del criterio de los autores, y no tiene caso que te pongas a replicarles, ¡qué va, muchacho!, porque te apabullan con su enorme sabiduría y te vuelven loco.

La cuestión, en fin, es que la novela relata diversos episodios –reales unos, imaginarios otros– de las biografías de la legendaria escritora norteamericana Djuna Barnes (1892-1982), también conocida, por escurridiza, misteriosa y sexy, como “la Greta Garbo de la literatura”, y de Daniel A. Mahoney, amigo suyo por muchos años, norteamericano de origen irlandés y, en palabras del profesor Phillip Herring, “uno de los personajes más tristemente divertidos de la historia moderna de la orilla izquierda del Sena”. Este señor Mahoney, de costumbres algo estrambóticas, fue toda una celebridad entre sus compatriotas exiliados en el Quartier Latin allá por los años veinte y treinta del siglo pasado. Robert McAlmon y John Glassco también escribieron sobre él. Pero su fama actual, un tanto oscura y equívoca, se debe, sin duda, al hecho de que Barnes lo tomó de modelo para la creación del doctor Matthew Cum Granum Salis Dante O’Connor, el inolvidable comentarista de su novela El bosque de la noche, de 1936.

En la escritura de Djuna y Daniel, que se prolongó durante un par de años, tropecé con varias dificultades. Como no soy una muchacha quejumbrosa, hablaré sólo, muy brevemente, de la más peliaguda: el lenguaje.

Sucede que, antes de esta, yo había perpetrado ya tres novelas –El pájaro: pincel y tinta china (Casiopea, Barcelona, 1999); La sombra del caminante (Kailas, Madrid, 2006) y Cien botellas en una pared (Debate, Madrid, 2002)–, todas ellas ambientadas en mi país y en el presente inmediato; escritas en lenguaje coloquial cubano, específicamente habanero, más o menos estilizado según el caso, pero coloquial al fin y al cabo. Ahora bien, Djuna y Daniel tiene que ver con Cuba sólo en el sentido de que, en última instancia, en este mundo globalizado todo tiene que ver con todo. Por lo demás, no hay personajes cubanos en esta novela, ni referencias a la Isla, ni alusiones al clima tórrido, el subdesarrollo agobiante y el dictador decrépito; en sus casi 350 cuartillas no aparece ni una sola vez la palabra Cuba. Se comprenderá que en modo alguno procedía que Djuna, Dan, Thelma Wood, Léon Meir, Emily Coleman, el gordo Jean-Luc, Henriette Met-mierda, el padre Sean, Bobby McAlmon, Joyce, Charles Imposible, Peggy Guggenheim y el resto de la tribu, hablaran como la gente de mi barrio acá en La Habana. Debía yo, pues, emplear un lenguaje muy distinto al que había manejado hasta entonces, no sólo en las novelas, sino también, dicho sea de paso, en los cuentos, y hasta en los ensayos y artículos. Debía escribir en español. ¡Ay de mí!

Quizá esto que digo sobre el lenguaje como dificultad les resulte un poco extraño a los lectores colombianos. Porque nunca he visitado su país, pero es vox populi que en Colombia no sólo se escribe, sino que incluso se habla en español. En Cuba, por el contrario, lo que se parla es... Bueno, otra cosa. Nuestra jerga difiere muchísimo de la lengua de Cervantes en cuanto al léxico –son incontables los cubanismos que usamos a diario con total naturalidad, sin conciencia de que son cubanismos, y la mayoría ni siquiera figuran en el Diccionario de la rae–, e inclusive en lo que atañe a la sintaxis. Y no hablo de una jerigonza marginal, sino de la norma generalmente aceptada, la que difunden los medios de comunicación masiva. Así pues, el escritor de acá ha de estar muy, pero que muy alerta, para no “cubanizar” por descuido lo que ni en broma es cubano. He ahí una realidad que ya conocía yo, por lecturas y otros viajes, pero que sólo vine a calibrar en todo su alcance justamente mientras escribía Djuna y Daniel.

(Djuna y Daniel, Random House Mondadori, 2007)

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