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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007


Foto: Connor McShannon

Pilar Quintana

Libros:
Coleccionista de polvos raros (Norma, 2007)
Cosquillas en la lengua

Textos en internet:
Supongamos que Andrés Caicedo estuviera vivo (Soho)

De donde salen las historias
A propósito de Coleccionistas de polvos raros

Por Pilar Quintana

Con frecuencia a los escritores nos preguntan que de dónde sacamos las historias que contamos. Yo sospecho que en mayor o menor medida todas las historias provienen de una realidad pura, una realidad que, por cierto, puede ser oscura o secreta.

Aquí aclaro que para mí el concepto de realidad no acaba en las cosas que efectivamente han ocurrido o existen; realidad también es un pensamiento que no ha pasado a la acción, un delirio, un sueño, un deseo insatisfecho.

Todo el que me conoce sabe que mi primera novela, Cosquillas en la lengua, es autobiográfica y que para escribirla no tomé nada prestado de la ficción.

La historia ocurrió. Todos los personajes existen con los nombres que figuran en el libro. Los lugares pueden visitarse, si excluimos el Martin’s original, cuya sede fue derribada para construir otro centro comercial.

Lo que es más diciente todavía es que en el momento de escribir concentré, deliberadamente, todos mis esfuerzos en trasladar esas realidades al papel del modo más fiel posible, como haría un cronista que no pretende ser objetivo pero sí verdadero.

Sin embargo, el hecho de que haya incluido sólo ciertas situaciones y desechado las demás, el que haya interpretado los eventos así y no de aquella manera y, sobre todo, el que escogiera tales palabras para contarla y no otras, implica una recreación de la realidad.

Y es aquí cuando mis pretensiones de realismo y veracidad se derrumban porque eso es precisamente lo que hace la ficción: inventa una realidad nueva.

Con Coleccionistas de polvos raros, mi nueva novela, me pasó todo lo contrario.

Aunque tal personaje haya tomado el físico de una persona que alguna vez conocí y otro la voluntad de alguien real, todos los personajes son invenciones. La historia también es creada; para hacerla posible tuve que sentarme a diseñarla, punto por punto, sobre un papel como hace un arquitecto con sus edificios. Es que ni siquiera la ciudad existe; es verdad que cuando uno está leyendo todos los indicios hacen pensar en Cali, pero bien podría tratarse de cualquier otra ciudad de Colombia y por eso me cuidé de que la ciudad de mi libro se llamara Esta ciudad y no Cali.

Sin embargo, cuando me esfuerzo por encontrar el lugar mental del cual salió mi libro, me devuelvo en el tiempo y me viene la imagen de una mujer que comía Corn Flakes al desayuno, al almuerzo y a la comida, porque estaba deprimida y quería que su vida fuera distinta.

Esa mujer, obviamente, soy yo hace unos diez años.

Lo sorprendente es que cuando estaba haciendo las últimas correcciones y releí las líneas en que la Flaca aparecía deprimida comiendo Corn Flakes al desayuno, al almuerzo y a la comida, me pareció la cosa más original del mundo haberle inventado semejante atmósfera a mi heroína.

La Flaca es hija de una costurera, no tiene ningún oficio en la vida, se alisa el pelo, se pone tacones altísimos, tiene unas tetas enormes de silicona, tres amantes, entre ellos uno traqueto, y unas ambiciones desmedidas por llegar a ser alguien.

Yo me vine a vivir a la selva para poder ser nadie, no tengo más amantes que mi marido, que es carpintero, mis tetas siguen siendo pequeñas, ando descalza, me dejo el pelo crespo, escribo todo el día y soy hija de un médico y una administradora.

En Coleccionistas de polvos raros el germen de verdad está tan maquillado que ni siquiera yo misma fui capaz de reconocerme.

No sé si todo esto sirva para responder la pregunta sobre el origen de las historias. La verdad es que ni la pregunta ni la respuesta que he intentado darle me trasnochan.

A mí me parece que el encanto de los libros, tanto para quienes escribimos como para quienes leemos, es que nos permiten salirnos de nuestra realidad inmediata y acceder a otra que, así sea inventada, es igual de real a la que vivimos a diario.

Pero es deliciosa.

Es como las realidades de los sueños o la locura, aunque, por fortuna, no plantea los inconvenientes de despertarse al otro día o ser internado en el Psiquiátrico.

(Coleccionistas de polvos raros, Norma, 2007)

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