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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007

Rolando Menéndez
wikipedia

Libros:
Las bestias (2007) Lengua de trapo
Reseñas:
Por Ivan Humanes (Literaturas)
De modo que esto es la muerte (Lengua de trapo, 2002)
Reseñás:
Por Ivan Thays
La piel de Inesa (Lengua de trapo, 1999)
El derecho al pataleo de los ahogados (Lengua de trapo, 1998)
Alguien se va lamiendo todo (1996) Ediciones Unión

Textos en internet:
En Cuba Encuentro
El ensayo y la construcció de la idea

La bestia y el medium
A propósito de Las bestias

Por Ronaldo Menéndez

“¿Iban a matarlo? Súbitamente, su mundo se había estrechado tanto que no le cabía la menor duda”. Un ascético profesor de Filosofía del Arte un mal día levanta el auricular y escucha estupefacto un cruce telefónico donde dos hombres mencionan el nombre de su calle, el número de su casa y su propio nombre, Claudio Cañizares, y luego son oscuramente enfáticos ante la necesidad de no mancharse con su sangre. Así me llegó, como si yo fuese apenas un canal de transmisión o un simple ejecutor o médium, el arranque de mi novela Las bestias. El primer capítulo se me vino encima redondo, e inmediatamente el segundo y el tercero, y así sucesivamente: un torrente pasando de mi cuerpo al teclado, del teclado a mi círculo de perplejidad.

Cortázar una vez escribió que ciertos cuentos aparecen como una “masa informe”, una latencia o intuición dolorosa donde el autor tiene muy poco que hacer, tan sólo servir de instrumento, valerse de cierta “veteranía” para no falsear Aquello que se agita en la profundidad, al darle forma escrita. Dice Cortázar: “Escribir un cuento así no da ningún trabajo, absolutamente ninguno; todo ha transcurrido antes y ese antes, que aconteció en un plano donde la sinfonía se agita en la profundidad, para decirlo con Rimbaud, es el que ha provocado la obsesión, el coágulo abominable que había que arrancarse a tirones de palabras”. Las bestias, mis bestias, me permitió una experiencia de esa calaña.

Tras el primer capítulo mi protagonista decide salir a la calle con el propósito de comprar un arma automática y averiguar quiénes, pero sobre todo por qué, quieren matarlo. Ahí detenido, el médium (yo) se fue percatando de un primer aspecto racional: mi trama algo tenía que ver con El proceso, de Kafka. Claudio Cañizares, como José K, un día amanece condenado, posee una culpa sin nombre y un tiempo que llenar con esa culpa hasta que se le acabe el tiempo. Además, ya existe la sentencia y el castigo acecha: o sea, el castigo antecede a la culpa. Además, tanto Claudio Cañizares como José K toman la improbable decisión de aceptar esas reglas del juego y jugar su baza, aunque el lector (y ellos mismos) intuyan que el fátum cuelga sobre sus cabezas como una espada de Damocles. Se abre entonces un proceso de búsquedas, angustias y bestialización, tratando de eludir lo inexorable.

Haber comenzado esta reflexión citando a Cortázar que a su vez hablaba de “ciertos cuentos”, ha tenido no sólo el propósito de ilustrar, digamos, el rapto bajo el cual el médium (yo) dejó que su libro ocurriera; sino también implicar una idea fundamental: esta novela fue escrita como se escriben algunos cuentos. Un crítico una vez afirmó que había mucho de cuento en Las bestias; siguiendo a Henry James, he intentado fomentar una humilde poética: ciertas novelas se alimentan técnicamente del cuento. Copian sus mecanismos de relojería. Cuidan, chejoveando, que si un arma aparece colgada en una pared de la primera página, en algún momento haga fuego. Observan meticulosamente que cada capítulo se asemeje a una pompa de jabón: redondo y tensionado desde dentro. Y que el ritmo, el tempo narrativo, sean diez tanques aplastando al lector. Que se logre con eficacia todo esto es cosa que el lector sobreviviente debe juzgar, y no el médium.

Pero como no todo han sido exorcismos en Las bestias, a partir de cierto punto el médium empezó a escuchar al animal letrado que siempre lleva dentro, como un Hyde que de pronto atiende lo que su Dr. Jekyll tiene que decirle.

Dr Jekyll (burlón): Estás haciendo, quieras o no, algo muy parecido a una novela negra.
Mr. Hyde (alarmado): ¿Qué dices, antipático?
Dr. Jekyll: Pues sí, a ver cómo te lo bancas, tú que tanto has descreído de ciertos tópicos de género, ahora no me vayas a decir que esta historia con delincuentes, sociedades secretas, cadena de crímenes y su toquecillo “gore” no es algo... vamos, casi típicamente Black Mask.
Mr. Hyde (alarmadísimo): Agggg...
Dr Jekyll: No vomites aún, que todo tiene remedio.
Mr. Hyde: ¡La pócima! Dame la pócima o te juro que no mato a nadie más en esta novela.
Dr. Jekyll: Te aconsejo que tengas claro que lo de novela negra puede ser como un caballo de Troya. Mientras emborrachas al lector con toda la parafernalia, le pasas de contrabando tus “profundas ambiciones artísticas”, tus “patéticas pretensiones de tener algo que decirle al género humano”, ¿me entiendes, alcornoque intuitivo? Lo que quiero decirte es que quizá, sólo quizá, estás fomentando un librito sobre la condición humana, o sea, sobre nosotros, sobre el Raskolnikov o el Mr. Hyde que todos llevamos dentro. Si la vida nos pone una cuchara delante, pues nos tomamos la sopa, pero si nos pone una pistola, ¿qué? Piensa en esto y vuelve a lo tuyo, sujetillo díscolo.

Y así siguió Claudio Cañizares por ahí, por esa Habana que nunca se nombra dentro del libro, tratando de resolver el dilema de su muerte. Criando un cerdo en la bañera de su casa. Y escribiendo una tesis acerca de las representaciones simbólicas de la “oscuridad” en el Arte. Y el médium, ahí y aquí, sigue pergeñando el placer de contar ciertas historias y no historias ciertas.

(Las bestias, Lengua de Trapo, Madrid, 2006)

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