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Revista de Libros
No. 2 marzo 2005

Casi todo sobre mi madre

Pedro Saboulard

El hijo de Laura Restrepo nos cuenta cómo la escritura ha sido parte fundamental de la vida de los dos.

Pedro: -Me gustaría decir aquí lo de los rulos.
Laura: -¿Qué es lo de los rulos?
Pedro: -Que cuando escribes tienes puestos rulos en el pelo.
Laura: -No es cierto. Casi nunca escribo con los rulos puestos, no vayas a decir eso.

La literatura es un oficio que a veces hay que interrumpir porque hay que preparar los espaguetis o porque hay que ir al dentista, porque hay que sacar al perro. Al lado de Laura Restrepo, mi madre, he vivido la relación con los libros como una serie de personajes y de hechos que saltan de las novelas a la vida real y viceversa, a veces sin saber siquiera a qué campo pertenecen. Laura trata de enseñarme el oficio de escribir. Desde ese primer libro infantil que leímos juntos, hasta los cuentos que ahora garrapateo, ella se esfuerza por darme pistas, me indica caminos posibles, me quita un “que”, me acorta una frase. Yo me resisto, pero mi mamá me mima y quién soy yo para no dejarme.  

Al recordar mi propia vida, mi infancia junto a Laura Restrepo, resulta difícil apartar las historias de sus libros de mis propias memorias.

Pedro: -Había un cuarto de hotel en Madrid, yo no tendría más de cinco años. Me gustaba jugar con mis muñequitos de He-Man e inventaba leyendas de héroes y de villanos. Tú te la pasabas sentada frente a un computador de pantalla negra con letras verdes y brillantes.
Laura: -Por esos meses yo estaba escribiendo Historia de una traición, que después se llamó Historia de un entusiasmo. Mientras tú inventabas batallas de espadas, yo armaba los personajes de mi libro. De alguna manera tú estabas en tu guerra de superhéroes infantiles y yo estaba en mi guerra de “Super héroes” más o menos adultos, más o menos de verdad.
Pedro: -Yo le ponía a los personajes de mi juego los nombres de los remedios homeopáticos que me obligabas a tomar contra las gripas que me producía el invierno español. Los personajes que aparecían en tu novela eran reales y a muchos de ellos los conocí, fueron personas con las que conviví durante ese tiempo.
Laura: -Bueno, es que esa no era novela, era un reportaje sobre la negociación que hizo el gobierno con el M19. Cuando lo escribí, aunque se había decretado un armisticio, en Colombia estaban matando a los guerrilleros desmovilizados. De hecho, tú y yo estábamos exiliados en ese hotelito de Madrid, yo había salido contigo del país porque también a mí me tenían amenazada, por haber hecho parte en las negociaciones.
Pedro: -Al ser nosotros mismos parte de la historia ¿Cómo podías ser objetiva?
Laura: -No lo era. Estaba escribiendo ese libro en carne viva, contaba los acontecimientos a medida que pasaban y me sentía comprometida con el proceso. Era una escritura en caliente, que se hacía con el alma en la boca. Ese libro pretendía ser mi testimonio, el reflejo honesto de mi propia subjetividad. Dudo que se pueda hacer otra cosa, me parece presuntuoso hablar de “objetividad”.
Pedro: -La parte positiva la conozco, la reconozco como un capítulo del desarrollo democrático de la historia del país ¿Pero qué hay de los errores del M19? ¿Qué hay de la sangre que hicieron correr y de ciertos desastres de los que me he ido enterando con el tiempo?
Laura: -El estar comprometida con una de las partes me llevó a minimizar sus errores. Lo cual es en sí mismo un error. Con el tiempo te das cuenta de que la gente y los procesos históricos se ven enriquecidos tanto por sus aciertos como por sus errores y omitir estos últimos quita vuelo y perspectiva. Quita realismo.
Pedro: - ¿Quieres decir que ese reportaje se volvió literatura?
Laura: -Todo reportaje es en parte literatura.
Pedro: -Las personas del M19 que yo conocí, solían ser heridos que iban a dar al exilio porque de una u otra manera iban sobreviviendo a los atentados y a la guerra. También llegaban huérfanos y viudas, y esos eran mis amigos. La historia del M19 -La historia de un entusiasmo- que yo conocí, era una historia de heridas.
Laura: - También conociste y quisiste a algunos a quienes mataron después.
Pedro: -La primera mujer de la que me enamoré, era una mulata hermosa a le que le decían La negra. La negra iba y volvía de Colombia y me traía regalos de allá. Ella me enseñaba a bailar salsa y yo me moría de amor. Pero un día desapareció.
Laura: -La negra era la compañera de Pedro Pacho, otro dirigente del M a quien también conociste.
Pedro: -Sí, pero era mi rival y me caía mal
Laura: -A Pedro Pacho y a La negra los mataron en un aeropuerto, cuando se bajaban de un avión. Historia de un entusiasmo está escrita “con tinta sangre del corazón”, como dice el bolero.
Pedro: - Hay episodios que yo recuerdo de una manera muy distinta a como tú los describes en tu libro. Vistos desde la perspectiva de un niño, las personas que murieron no eran guerrilleros de un proceso de paz, eran simplemente seres queridos.
Laura: -Así que desde chiquito lo sabes, en cada libro escrito uno va dejando jirones de vida.
Pedro: - También hubo libros que me dejaron alegrías. A diferencia de la soledad del exilio donde escribiste Historia de un entusiasmo, Las vacas comen espaguetis lo hicimos en Bogotá con la familia: la abuela, la tía, el tío y los  primos.
Laura: -Esa fue una amorosa mini empresa familiar.
Pedro: - Eso mismo iba a decir.
Laura: - Yo transcribía en una libreta las cosas que iba diciendo el niño que eras tú. Tu tía Carmen recogía los dibujos que hacía tu prima, María. A los niños se les ocurren cosas fantásticas, racionales y cuerdas algunas y otras muy locas, pero siempre divertidas, siempre fascinantes. Tienen una visión peculiar y aguda de la realidad. Para mí era muy entretenido, me hacías reír con tus loquinas. Pero a veces me quedaba fría con tu visión tan crítica de lo que era mi vida. Eras un “pain in the ass”, bueno, sigues siendo.
Pedro: -Para el niño que fui, debía ser alucinante ver cómo todo se nos volvía literatura. Los del M ya eran “Super héroes” y ahora los miembros de la familia pasaban a ser personajes de libro.
Laura: -Las vacas salió de la pura vida cotidiana. Una familia sentada en una mesa juntando las piezas del rompecabezas de un pasado compartido. Ahí hablamos del cariño, de la separación de los padres, de sueños y miedos, de fantasías tuyas como caballos alados y piedras del gran poder, cosas así.
Pedro: - Y de mis amores en el colegio a los siete años. Yo me los tomaba muy en serio y hasta hoy resiento que ahí hayan quedado payaseados.
Laura: - Supongo que el tema de esta entrevista es cómo la literatura y la vida van corriendo paralelas, cogidas de la mano. Esa podría ser una buena frase para la introducción…
Pedro: -Sí, perfecto, mamá- digo mientras pienso en los rulitos que ella usa en el pelo y empiezo a imaginarme una introducción un tanto distinta para esta entrevista.

Una vez en la escalera de un centro comercial en México nos encontramos tirado un rollo de billetes. Se le habían perdido a alguien. Laura siempre me ha dicho que ese dinero fue “como caído del cielo” porque con eso pudo hacer la investigación para La isla de la pasión. Yo sólo recuerdo que hubiera preferido que con esa plata me comprara el Transformer verde que quería…

Laura: - En esa ocasión recorrimos en bus y en automóvil muchos de los pueblos de México, recogiendo datos.
Pedro: -Yo sólo recuerdo que me mareaba en las carreteras.

La isla de la pasión es una historia de náufragos de principio del siglo XX, que Laura hizo basándose en los testimonios de los descendientes de las víctimas. Según vine a saber después, ésas eran las personas que fuimos visitando de pueblo en pueblo. Con tanta distancia y tantas versiones distintas y encontradas, le pregunto a ella si su libro resultó ser historia o literatura.

Laura: -También consulté documentos oficiales, cartas de amor, bibliotecas. Yo estaba haciendo una novela histórica pero tenía que fantasear los diálogos, complementar con pinceladas aquí y allá, redondear personajes. Por eso te digo, todo escrito, así sea reportaje, biografía o historia, en el fondo es literatura.
Pedro:- Como dices, es una historia de gente abandonada en una isla a principios de siglo XX, pero al mismo tiempo yo la siento como la historia nuestra de esos días. Nuestro aislamiento de Colombia, de mi familia, de mis amigos…
Laura: - Claro, esa novela en el fondo es una metáfora del exilio. Recurres a las metáforas porque siempre hay un pudor que te impide escribir directamente sobre lo tuyo. La situación del exilio, tal como la vivíamos tú y yo, era básicamente la misma de los náufragos en La isla de la pasión: un grupo de mujeres y de niños, que se apoyan los unos en los otros para tratar de sobrevivir en un medio adverso y ajeno.

De la escritura de Leopardo al sol tengo recuerdos divertidos. La sala de un apartamento en Roma y mi madre sentada en el suelo leyendo comics y oyendo canciones de Metallica, porque según decía, esas serían sus principales influencias para la nueva novela que estaba escribiendo. Los comics eran míos, pero debo confesar que los discos de Metallica eran de ella. Leopardo es mi novela favorita; según creo, en ella sale a flote la adolescencia tardía de mi madre. Al final, cuando la leí ya impresa, a los doce años, casi me voy de para atrás. Nunca pensé que mi mamita linda fuera capaz de escribir esas ferocidades: matanzas a lo Tarantino y sexo de película porno.

En Roma la acompañé a hacer la investigación para la novela Dulce compañía. Buscábamos ángeles y arcángeles por las catacumbas, las ruinas arqueológicas, los museos, las iglesias. Recuerdo que una vez, visitando los túneles que hay bajo el altar mayor de San Pedro, encontramos la figurita de un ángel esculpida en una lápida. Cuando me acerqué a ver la inscripción, vi que decía Luzbel y se me pusieron los pelos de punta. Ella convertía todo ese aquelarre celestial en párrafos de su novela, mientras que yo me moría de miedo por las noches, cuando ese Luzbel se me aparecía entre las sombras.

Pedro: -Dime la verdad y confiésale a tus lectores, yo soy ese ángel bello y misterioso de tu libro ¿Sí o no?
Laura: -Cómo no, enano ridículo, tú eres el Luzbel de la lápida.

Pese a este trato inhumano que he recibido por parte de mi madre he decidido continuar haciéndole esta entrevista, y le pido que me cuente sobre el premio Alfaguara, que le dieron por su última novela, Delirio.

Pedro: -Hay la sensación generalizada de que un premio de esos le cambia la vida a un escritor y que su carrera se divide en dos a partir de ese momento. Yo siento que no es así; sé que este premio, como también otros anteriores, han traído alegría a la casa, pero al mismo tiempo sé que no está sucediendo nada distinto a lo que ya venía ocurriendo antes (al menos sigues escribiendo con los mismos rulos de doña Florinda). Dime cómo vives tú esto.
Laura: -Los premios son buenos por cuanto te permiten tener acceso a más lectores, pero no son la lotería que la gente cree. En esta vida no hay loterías, sólo hay procesos, desarrollos, trabajo. Yo no creo ni en los éxitos ni en los fracasos, sino en la consistencia de una vida dedicada al trabajo. Además, nada te garantiza que en la novela siguiente no te vaya fatal.

En la ceremonia de entrega del premio Alfaguara, José Saramago, presidente del jurado, dijo que hay muchos buenos escritores que han sido ruines como personas “pero Laura Restrepo –dijo- es una buena escritora y una buena persona”. Yo puedo asegurar que además es una buena madre.

No es fácil hacer análisis literario cuando la escritora es la mamá de uno. En los libros de Laura Restrepo hay pedazos de mi propia vida y a veces yo mismo siento que soy un personaje de su invención, o que al menos así me ve ella. Por eso, esta entrevista es mi dulce venganza: aquí el personaje de ficción es ella. ¿Literatura o realidad? Esa es la pregunta. Y sigue sin respuesta.

Fotografía 1. Rodrigo Orrantia.
Fotografía 2. Archivo Familiar

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