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Revista de Libros
No. 4  l  Agosto 2005


Diccionario de religiones
Edgar Royston Pike
Fondo de Cultura Económica

Por Santiago Mejía

¿Y para qué un diccionario de religiones? Esta fue la pregunta que rumiaba cuando abría por primera vez el Diccionario de religiones del Fondo de Cultura Económica: un librito de menos de quinientas páginas, pasta dura, y una no muy alentadora portada de fondo rojo en degradé. Me animé entonces a buscar una palabra –¿para qué más abre uno un diccionario?– y la primera que vino a mi mente fue “arrianismo”. En el Pequeño Larousse Ilustrado la definición que encontramos es lacónica: “herejía de Arrio”. La Enciclopedia Larousse Ilustrada , en cambio, tiene una extensa entrada de media página, apeñuscada en cuatro interminables párrafos de letra menuda, sobrecargados de expresiones técnicas y referencias históricas. El justo medio que un lector como yo hubiera deseado encontrar corresponde al artículo del Diccionario de religiones : tres parrafitos sencillos que dan una idea clara y concisa: “la más famosa de las herejías cristianas, defendida por Arrio, y según la cual Cristo no es consubstancial ni coeterno con el Padre”. Bastó este ejercicio para responderme la pregunta, guardar alegremente el diccionario en mi biblioteca.

El Diccionario de religiones es el proyecto de “una sola cabeza y una sola mano”: las del académico inglés Edgar Royston Pike. Fue publicado originalmente en 1951 por la editorial australiana Allen & Unwin bajo el no muy afortunado título: Encyclopaedia of Religion and Religions . En 1969 fue reimpreso y distribuido por la Vivekananda Vedanta Society y reeditado posteriormente por la African Mission Publications (1990). La obra fue traducida al francés en 1954 por la editorial Presses Universitaires de France y al español en 1960 por el Fondo de Cultura Económica. De esta traducción se alcanzaron a realizar siete reimpresiones y en el 2001 se realizó una segunda edición que corresponde al texto aquí reseñado.

Quise mencionar las editoriales que publicaron el texto, pues reflejan su espíritu: no comprometerse con una corriente religiosa en particular sino abarcar “todas las religiones que han desempeñado un papel vital en la existencia de los hombres”. Y a pesar de que esta consigna sea demasiado ambiciosa para un diccionario breve, y que no encontremos allí un artículo sobre el “yuruparí”, tan importante en nuestras tradiciones amazónicas, nos sorprenderemos hallando otras entradas, como “bachué” o “bochica”.Afirma Royston Pike en el prólogo que se esforzó “por conservar el equilibrio en la extensión de los artículos sobre esta o aquella religión”. Sin embargo, a pesar de la imparcialidad respecto a la extensión de los artículos, a mi modo de ver no existe el mismo equilibrio en cuanto a la cantidad de artículos que corresponden a cada tradición, pues parecen predominantes aquellos de las tradiciones cristianas e hinduístas.

Los escritos de Edgar Royston Pike no se limitaron a temas religiosos. Escribió biografías de personajes destacados como Adam Smith, Charles Darwin y Gottlieb Daimler; textos sobre política inglesa del siglo XX; documentos históricos de diversas épocas de la Inglaterra de los siglos XVIII-XIX y manuales sobre los babilonios, asirios, etruscos, persas y romanos. Entre sus textos religiosos anteriores al Diccionario podemos mencionar: Al examinar su obra podemos concluir que aunque se ocupó de muy diversos temas siempre lo hizo desde una misma perspectiva: la historia. Sus textos, además, son casi siempre de carácter introductorio y por lo general apuntan a un lector con pocos conocimientos en la materia. En asuntos religiosos, además, observamos un intento por investigar las tradiciones de muy diversas culturas. Y es justamente este el espíritu que uno encuentra en el Diccionario : un texto introductorio con pretensiones omniabarcantes delineadas con los trazos del historiador.

“El que mucho abarca poco aprieta”, dice el dicho. Pero es justamente esto, la superficialidad, la mayor virtud del texto, pues es sólo gracias a ella que puede despachar rápidamente las dudas del lector. De todos modos, a mi modo de ver, al Diccionario le hace falta profundidad filosófica. Al hablar de Aristóteles, por ejemplo, eché de menos una explicación, por breve que fuera, sobre el “motor inmóvil”, y considero imperdonable que en el artículo de Plotino el autor no haya ni siquiera mencionado el concepto más importante de su obra: el Uno. Me parece que en los artículos sobre personajes, el Diccionario sería más útil si desarrollara las ideas que éstos elaboraron sacrificando muchos de los recuentos históricos y anecdóticos.

El otro defecto que encuentro en el Diccionario es su antigüedad. En la advertencia a la edición en español se afirma: “no sólo hubo que revisar cada artículo a la luz de investigaciones más recientes, sino que fue preciso ampliarlos y reducirlos, suprimir algunos y agregar otros muchos”. Sin embargo, a pesar de que existen artículos nuevos como “adventistas del séptimo día”, no deja de extrañar que no aparezcan otros como “teología de la liberación”. De igual modo se echa de menos entradas sobre personajes influyentes del siglo XX como Bertrand Russell o Ludwig Wittgenstein, así como conceptos importantes hoy día en las discusiones religiosas como “fideísmo” o “teología negativa”. Por último, y esto es más una curiosidad que cualquier otra cosa, me sorprende que no aparezca un artículo sobre los masones o la astrología y que en cambio sí haya una larga entrada de la palabra “cabellera”.

El Diccionario es un manual conciso y práctico. Y aunque pueda tener defectos, debo insistir en que me ha resultado muy útil, hasta el punto que he acabado por tomarle cariño a su espantosa portada de fondo rojo en degradé.

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