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Revista de Libros
No. 4  l  Agosto 2005


Soy Charlotte Simmons
Tom Wolfe
(897 páginas, Ediciones B)
Traducción de Eduardo Iriarte y Carlos Mayor

Por Juan Manuel Espinosa

En 1973 Tom Wolfe publicó un libro llamado El nuevo periodismo , donde relata el cambio que sufrió el panorama literario estadounidense debido a un grupo de periodistas que, entre otras cosas, utilizaban recursos de la novela para relatar una noticia. Antes que novelistas, estos autores eran periodistas en busca de noticias, y “cuanto ‘mayor' sea la noticia –id est, más relación tenga con temas de poder o de catástrofe–, mejor” (Anagrama, 1977).

Treinta años después Wolfe sigue buscando llegar a primera página con sus novelas. Esta vez encontrará los abusos del poder y las catástrofes en las universidades de mayor prestigio de Estados Unidos. Para expurgar metódicamente este ambiente hace uso de Charlotte Simmons, una niña inocente que proviene de un pequeño pueblo de las montañas de Carolina del Norte, aunque pareciera que en realidad proviene de una cartilla de urbanidad y moral de los conservadores evangélicos que están tan de moda en Estados Unidos. Ella es inteligente y muy leída, pero cuando llega a Dupont se encuentra con que su superioridad intelectual no le sirve de nada. Allí nadie estudia. Lo que más les importa a los hombres es el sexo, y a las mujeres las infinitas formas de sarcasmo con las cuales no paran de pisotearse las unas a las otras. Y claro, no podía faltar, el alcohol, las drogas y la inacabable lucha por la popularidad. A fin de cuentas, ¿por qué debería importar el estudio si el hecho de haber entrado a Dupont es “una Mastercard para hacer lo que te venga en gana” (21)?

En novecientas páginas, Wolfe nos relata el primer año de Charlotte en Dupont, su lento avanzar en la escala social, su desfloración de tres minutos a manos del hombre más popular de la universidad –este episodio ganó el premio a la peor escena de sexo de 2004 otorgado por Literary Review - y su concienciación final de que lo importante es el cinismo.

A la historia de Charlotte se unen unos cuantos personajes desarrollados hasta la saciedad en cualquier película de universidad o de colegio estadounidense: el deportista al que le hacen los trabajos, el intelectual resentido, el niño popular que no tiene problema alguno porque sabe burlarse de todo como nadie. Si hay algo que tienen en común es el sello de Tom Wolfe: todos creen ser el centro del mundo. Un coctel hecho a base de estas personalidades da como resultado la novela: una descripción exhaustiva de las constantes luchas por partirse las caras, siempre con una sonrisa de por medio y la constante mirada crítica de Wolfe, quien no deja títere con cabeza.

Esa mirada es su mayor cualidad y también su mayor defecto. En las novecientas páginas encontramos siempre al periodista que nos cuenta con pelos y señales lo que hacen los futuros dueños de Wall Street, y nos produce miedo y risa pensar que en sus manos estará la economía del mundo. Pero al mismo tiempo sentimos que el novelista se desbordó, que son demasiadas páginas para contar una simple historia de maduración personal hasta dominar el arte de la mediocridad estratégica, de intrigas políticas y de la academia. La sátira constante es lo que nos divierte, pero la falta de tensión en la narración y los dramas débiles de los personajes puede llegar a aburrir.

Sin embargo, a Wolfe no parecen importarle estas cosas, porque el periodista se impone sobre el novelista: busca la noticia más jugosa posible, el escándalo más cercano al poder y la catástrofe que todos quieren evitar, y escribe sin piedad acerca de quienes ganan y pierden en esta carrera de egos.

 

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