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Revista de Libros
No. 5 Noviembre 2005

El salmo de Kaplan:
“Sálvame Dios que me llega el agua al alma”

Marco Schwartz entrevistado por Moisés Melo

Relatando la historia de sus viajes y sus lecturas, Marco Schwartz, primer ganador del premino Norma de novela, reconstruye su proceso de formación como escritor desde sus años en Israel hasta la redacción de sus dos novelas bíblicas.

1. Una vida itinerante

La carpeta de prensa que había preparado editorial Norma sobre el ganador del premio Norma de novela nos informaba que Marco Schwartz, ese autor barranquillero desconocido en Colombia al cabo de tantos años de vivir en Madrid, tenía cuarenta y nueve años. Por eso la primera sorpresa al encontrarlo en el bar del hotel nos la dio su aspecto que más parecía el de un tímido estudiante que el de un curtido periodista. Eso nos llevó a comenzar hablando de su formación.

Siendo muy pequeño viviste en muchos lugares…

A los dos años nos fuimos a Los Ángeles, ya que mi padre fue a trabajar en una fábrica de química, y estuve allá hasta los cinco. Volví a Barranquilla y cuando cumplí los quince años la familia se trasladó a Israel; la familia toda, mi padre y sus hermanos. Y terminé allí el bachillerato y comencé a estudiar relaciones internacionales en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Hice ahí un año y luego tuve un paso muy efímero por Bogotá, donde hice un semestre de economía en la Universidad de los Andes. Y después recalé en Barranquilla, donde estudié ingeniería civil.

¿Y que pasó con la ingeniería?

Mi hermano fue el que más me motivó a estudiarla. A mí siempre me gustaron mucho las matemáticas y me dejé arrastrar. Yo estaba en un momento de confusión absoluta. Mi hermano, que vivía en Barranquilla, me dijo “vente acá a estudiar ingeniería” y me persuadió. Me iba bien y me gustaba el estudio de la ingeniería, incluso poéticamente, era hermoso entender, por ejemplo, cómo funcionaba un flujo de agua. Teníamos profesores excelentes, como el profesor Rasmundo Manga, que había estudiado en Italia. Él nos daba Estructuras 1 y 2, y lo daba como un poeta, hacía ver la viga con vida por dentro, la madera, la torsión, todas las fuerzas. Creo que no me habría interesado ejercerla, pero el estudio me divirtió bastante.

¿Y cómo fue el paso al periodismo?

En el ultimo año de la carrera ya había comenzado a ejercer el periodismo en un suplemento cultural de un diario bastante amarillo, que se llama La libertad (existe todavía) y que recuerdo con mucho cariño. El director ha sido siempre el señor Roberto Esper Rebaje, un tipo peculiarísimo, fue incluso representante a la cámara. Un señor de origen libanés, muy culto formalmente. No llegó a tercero de primaria, pero es un tipo de una genialidad apabullante, de los grandes personajes que he conocido. Del suplemento pasé luego al periódico y de ahí a El Heraldo .

Viviendo en tantos lugares has debido vivir también en muchos idiomas.

De los dos a los cinco años yo hablé inglés como lengua materna, y luego lo fui perdiendo. Cuando vivimos en Israel recuperé el inglés, incluso más que el hebreo. Allí llegué a un centro de absorción, y toda la gente que allí confluía encontraba en el inglés el idioma común. Yo llegué a estudiar a un programa de inmersión para estudiantes extranjeros, muchas asignaturas se veían en inglés y otras en hebreo.

¿Qué eran los centros de absorción?

No sé si todavía existe esa figura en Israel. En esa época, uno hacía lo que se llamaba la aliá , que traduce literalmente ‘subida' (lo que puede sonar un poco arrogante). Había barrios creados, con casas prefabricadas, para que tú pudieras estar allí durante un tiempo, que generalmente era de máximo seis meses. Ahí te daban tus primeras clases de hebreo, muy intensivas, y a los cabeza de familia se les permitía desde allí ir buscando piso y trabajo. Para un adolescente como yo era una etapa feliz, de irresponsabilidad…

Pero había una tensión entre la imagen que se tenía fuera y lo que realmente sucedía en Israel.

Era una época muy peculiar de Israel. En aquel momento estaba agonizando el espíritu pionero fundacional. Entonces, todavía en el día de la independencia se bailaba khora en la calle. Hoy eso es visto como una cosa obsoleta. Era un periodo de transición, finales de los sesenta, comienzos de los setenta. La guerra de Yom Kipur fue el punto de ruptura, el nacimiento del Israel actual, el Israel más bárbaro. Se rompieron muchas cosas en esa guerra, el país se vio a sí mismo vulnerable. Antes era el superhombre el israelí, pero entonces comenzaron a aparecer pintadas como: “Golda está vieja”. Se empezaron a cuestionar esos líderes hasta entonces intocables. Ese fue el verdadero punto de ruptura.

Hasta aquí la versión web, pero la entrevista continúa en la revista...

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