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Revista de Libros
No. 6  l  Diciembre 2005



Fotografía de Mateo Perez

Barichara
Mateo Pérez Correa
El Navegante Editores

Por Yolanda Reyes

Las razones para elegir un libro entre tantos otros suelen ser inexplicables y, en ocasiones, caprichosas. Me pregunto por qué este álbum de fotografías de Barichara me hizo un guiño desde mi escritorio abarrotado de lecturas y no hallo una respuesta única. Lo primero que me llamó la atención fue su tamaño, poco frecuente en la taxonomía que agrupa como “libros de arte” a un sinnúmero de propuestas. Contrariando la idea de gran formato, usual en este tipo de obras que ahora adornan las mesas de centro en el lugar antiguamente reservado a las porcelanas, este pequeño ejemplar parece sugerir que el tamaño no importa. Es un dato significativo, pues toda la concepción editorial respeta esa cierta mirada para albergar, no los paisajes típicos ni el color local de un pueblo declarado monumento nacional, sino aquello “inasible” que un artista pretende develar.

Desde la primera foto, el lector vislumbra un pueblo que puede conocer en realidad –o no, poco importa– y que se estrena con la imagen de una casa sencilla, similar a muchas del lugar. Sobre su tapia se reflejan, mediante un juego de sombras, siluetas de otras construcciones, como insinuando que aquella austeridad oculta una poética sencilla. Junto a las fotografías en blanco y negro, Mateo Pérez dispone rítmicamente, sobre un fondo amarillo que evoca las tonalidades de esa tierra, las palabras que escribió Manuel Ancízar al llegar a Barichara en la mitad del siglo XIX cuando recorría el país a caballo para complementar el mapa de Colombia que se le había encargado a la Comisión Corográfica en la que él participó bajo la dirección de Codazzi.

En esos tiempos que siguieron a nuestras guerras de independencia había que emprender la urgente tarea de conocer el nuevo país para poderlo gobernar. Además de establecer límites y coordenadas, el trabajo de Ancízar, posteriormente publicado bajo el título de Peregrinación de Alpha , consistía en describir los aspectos de geografía física y humana del territorio nacional. Ancízar, cuyo seudónimo era Alpha , desplegó sus dotes de humanista para hacer una minuciosa descripción de los habitantes de cada municipio: de sus oficios, su educación, sus costumbres y su alma. Los párrafos que escribió sobre Barichara le sirvieron a Pérez para entablar una conversación con Alpha .

El diálogo que se teje entre esos dos hombres, con sus lenguajes y sus miradas de siglos diferentes, le confiere al libro una tensión sutil. Algunos de los vecinos retratados bien pueden ser los descendientes de esos lugareños que Ancízar describió y algunas imágenes, detenidas bajo la lente de su cámara, tal vez permanecen inmutables desde tiempos de Alpha . Hay, sin embargo, innumerables detalles que han cambiado y que el artista recoge también para atestiguar ese incesante paso del tiempo del que se ocupa la fotografía. La silla del barbero o aquellas otras de plástico, el camión, la tienda y las modas de los lugareños, nos ofrecen otras “rebanadas de tiempo”, como las llamó Susan Sontag, en su célebre ensayo Sobre la fotografía .

No es casual asociar las reflexiones de Sontag al trabajo de este “coleccionista” de gentes, cosas y lugares que luego se dispersarán y que su cámara convoca bajo la luz de unos instantes. Las páginas, dispuestas con un cuidadoso sentido compositivo, proponen una simetría que funciona como principio ordenador, pero que deja a la vez, espacios libres y sorpresas. El resultado es un homenaje entrañable, no sólo a los trescientos años de Barichara, sino también a esa memoria particular: a esa personalísima mirada que se define como el arte de hacer fotografías.

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