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Revista de Libros
No. 6  l  Diciembre 2005


El gran Gatsby
Francis Scott Fitzgerald
(185 páginas, Debolsillo)

Por Alberto de Brigard

La aparición de una reedición de bolsillo de El gran Gatsby es una oportunidad, tan buena como cualquier otra, para encontrarnos o reencontrarnos con esta novela perfecta, la más accesible entre las de su autor y la más evocativa del momento en que apareció. Precisamente, ese poder evocador es una de las sorprendentes maravillas de esta obra, escrita en el punto máximo de la gran fiesta que fueron los años 20, pero que logra anticipar una gran dosis de nostalgia por una época que no podía durar. Para algunos, Gatsby es la encarnación del héroe americano, que por su propio esfuerzo supera todas las limitaciones y se eleva hasta conseguir estar cara a cara con su sueño de juventud. Ahora que el mundo es más viejo y no más sabio, podemos decir que Gatsby representa otra clase de sueño norteamericano: ser capaz de vender el alma al diablo, hacer una fortuna rápida en medio de las mafias (de las apuestas, de la prohibición, del narcotráfico) y emerger de ese trayecto con el alma entera, sin perder la decencia ni las ilusiones. En ese pacto faustiano, Gatsby ni siquiera paga el precio de saber que ha perseguido por años a una mujer que no vale la pena; si Dorian Gray ha de someterse al horror de enfrentar sus cicatrices morales en un retrato oculto, Fitzgerald quiere hacernos creer que, sin importar lo que hubiera pasado en el camino entre Minnessota y West Egg, su héroe luciría siempre atractivo, siempre joven, cuando mucho, melancólico. En todo caso, sea Gatsby un triunfador o un farsante, una y otra vez queremos volver a su mansión resplandeciente y atiborrada de borrachos danzantes, escuchar el retumbar de nuestros pasos por los salones desolados después de su muerte o, mejor todavía, acompañarlo a mirar desde lejos esa lucecita verde de Long Island que contiene todas nuestras aspiraciones.

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