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Revista de Libros
No. 7 Marzo 2006

El memorial de Johann Rodríguez-Bravo

Lelio Fernández

La muerte siempre es imprevista. Pero la de alguien así de joven y vital golpea doblemente duro. Con una crónica de la despedida que le dieron en su universidad (Icesi), piedepágina dice adiós a uno de sus más queridos colaboradores.

Íbamos entrando todos con la tristeza en el alma. Cada uno había encontrado dos días antes, en el monitor del propio computador, una foto suya y estas palabras: “Johann Rodríguez ha muerto. Sus amigos nos reuniremos este viernes en el auditorio 1, a las seis de la tarde, para recordarlo”. Alguien había puesto en la sala el Concierto de Aranjuez . Una voz murmuró a mi lado: “Esta música está bien. Es como para Johann. Una cosa como el Requiem for my friend de Preisner nos habría hecho enmudecer”. Estábamos todos. Su familia, sus compañeros de curso, sus profesores, alumnos suyos y los que, sin poder estar, eran presencias vivas en el afecto. Escuchamos la voz del libro del Eclesiastés recordándonos que hay un tiempo para cada cosa: para el reír y para el llorar, para el combatir y para la paz, para el baile y para la reflexión, para el vivir y para el morir. Después, escuchamos el discurso lleno de humor que leyó en ocasión de su grado. El decano Héctor Ochoa recordó con emoción contenida las clases en las que Johann y él toreaban “al alimón” las cuestiones de Macroeconomía –había sido un estudiante sosegadamente brillante y, después, un profesor ayudante alentador. Con Julio César Alonso, otro profesor experimentado, habían dado los últimos toques a un libro que habían preparado juntos sobre pequeñas y medianas empresas en Cali. Dos profesores de literatura, Harold Kremer y Hoover Delgado, avivaron el recuerdo dolorido del talento literario de Johann, de su vocación por la narrativa. Harold leyó uno de los cuentos breves publicados por Johann. Un compañero de estudios quiso recordar un rasgo que no podremos olvidar: su constante humor discreto, jamás mordaz. Otros narraron anécdotas alegres, llenas de sentido. Una de las hermanas, en nombre de toda la familia, nos dejó una invitación a recordar que Johann vivió feliz. Todos lo sabían en la Universidad Icesi , donde estudió Economía y donde afirmó su vocación literaria. Lo sabían también sus profesores y compañeros en la maestría en Literatura de la Javeriana de Bogotá.

Los lectores de piedepágina guardamos con afecto el número cinco en el que Johann nos dejó una reseña de cinco revistas culturales universitarias, la reseña aguda y simpática del libro de Alejandro Gaviria, Del romanticismo al realismo social y otros ensayos , en la que se percibe la vocación doblemente paralela de los dos autores, reseñador y reseñado. Y la reseña del libro de poemas de Giovanni Quessep, Brasa lunar , que hoy, al volver a leerla, tiene aires de triste presagio concentrado en estos versos:

Todo esto me da la belleza última
De lo que está a punto de desvanecerse.

Johann vino a Cali con su novia, para vivir las ferias. De improviso, una callada pequeñez, una repentina y dolorosa nada, la rotura de un aneurisma puso brusco fin a su vida de veinticinco años.

 

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