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Revista de Libros
No. 9 Octubre 2006

Alrededor del best-seller
y
de otro libro

Carolina Sanín Paz
Ilustración de Manuel Kalmanovitz

1.

La Biblia y el Corán y el Quijote son best-sellers igual que Og Mandino, Stephen King y el Tao Te King , como dice una versión del tango Cambalache. Pero best-seller también se dice en sentido figurado, no sólo para decir la cantidad de libros que un libro vende. Un best-seller de ficción es aproximadamente un libro cuyas mentiras, por simples, parecen verdades básicas y rotundas. Esta es una descripción posible.

Otras cosas de leer que también parecen cajas son los otros libros. No necesariamente complacen a las multitudes. Y si es cierto que hay libros malos que no son best-sellers —o libros malos que encima se venden poco— también es probable que la proporción de especimenes valiosos sea mayor entre los otros libros que entre los best-sellers.

Lo que Rosa Rocha llama “otro libro” no es cualquiera que no sea best-seller, sino el que está en el otro extremo del best-seller. Pero este extremo también existe en sentido figurado, es decir, que el otro libro no es estrictamente el worst -seller . Es quizás el que no quiere ser best-seller ni seudo best-seller. Pero nadie sabe lo que el otro libro es. Más que una manera de hablar, es una manera de leer, de escribir.

2.

La dignidad de los otros libros está en ese ser los otros, en ser distintos de sí mismos; en la ironía, que los aboca a la multiplicidad. El best-seller dicta un discurso, camina en una dirección, permanece seguro de sí mismo, a salvo, protegido por las cantidades, salvo cuando pasa de moda y se desdice, se recicla o se convierte en un documento sobre el gusto del pasado. El “libro-libro”, como también lo llama Teresa Rocha, el libro diferente, siempre está en peligro por la ironía; en peligro de no ser comprado, sí, pero sobre todo en peligro de no ser comprendido; de callarse.

Cuando leo otro libro, sé que quien lo escribió (su autor y sus vecinos, su tiempo y el tiempo) sabía algo que quizás me está diciendo y que tal vez él mismo no sabe que sabe. “Entonces la lectura del otro libro es una lectura paranoica”, dice Teresa Rocha. Y Rosa le dice que no, que la lectura del otro libro es lo contrario, darse a conocer y captar el darse a conocer del otro.

3.

No todo lector —ni siempre el mismo lector— puede detectar ni definir ni soportar la ironía. La ironía no distrae ni entretiene sino que concentra y compromete; sólo hace reír a aquellos a quienes escoge. La risa de la ironía es risa de trabajo y no de vacaciones —pero de trabajo utópico, festivo. Al leer el otro libro, el lector se siente como si fuera otro; pero no un personaje inventado por el autor, no alguien “transportado” al lugar o al tiempo donde se ubica la acción que se describe, no alguien “identificado” con el protagonista, etc., sino otro lector que está leyendo ese mismo libro —también transformado entonces en otro libro contenido en sí mismo— y otro lector que parece ser mejor que el que era cuando no estaba leyendo: más él, más uno.

En seguida, el otro libro y el lector se dividen. Entre ellos aparecen y desaparecen muchos. En la lectura del otro libro, el libro y el lector se multiplican y crecen, como siguiendo el mandato de el Libro; en cambio en la lectura del best-seller, lector y libro se ratifican mutuamente. Y entonces llega Sara Rocha y dice: “Qué lástima en un párrafo tan elegante poner una palabra tan poco elegante como best-seller”. Y le dice Juana Rocha: “Peor ahora, que quedó puesta dos veces”.

4.

Eva Rocha dijo: “Eso de que el lector y el libro crezcan y se multipliquen parece como una frase de agenda paulista, y es además carreta. Primero que todo, es el best-seller el que se multiplica: por cientos de miles, o incluso por millones, y también el que se convierte en otra cosa: en plata. Segundo que todo: Mucha novela que no era best-seller leí yo obligada en el colegio, y lo único que consiguieron fue confirmarme en mi gusto, y hacerme pensar: ‘¿por qué publican este jeroglífico narcótico y no han publicado el libro que yo podría escribir?' Y otra cosa: aquí arriba dice que la ironía es trabajo y risa laboriosa. Parece que se estuviera diciendo que el trabajo es mejor que el relax o descanso. ¿Eso es de protestantes, o qué? ¿de gringos? ¿de paisas? ¿La lectura debe ser un trabajo y no un pasatiempo?

5.

El trabajo y la lectura tienen una relación fóxil. Blas Rocha odia las revistas y la arrogancia de sus lectores, que creen “informarse”. Un día decidió obligarse a leer la revista española Hola y lo hizo durante quince años. Leía todos los números, durante todo el día. Y como sólo se publica un número a la semana, se lo leía varias veces. Lo subrayaba. Imaginaba que a los personajes les pasaban cosas distintas de las que contaban los periodistas. Se aprendía de memoria lo que decidía que sí les pasaba. Leía la sección de recetas. Preparaba las recetas. Hacía el crucigrama. Leía las fotos. Rescribía los pies de foto. Volvía a hacer el crucigrama, con respuestas diferentes, que no cuadraban (terminaba apretujando letras en los cuadraditos negros). Para él todo esto era trabajo, y arduo. ¿Era trabajo en realidad? ¿Cómo que “en realidad”? ¿Y era trabajo de lector? ¿Y tenía algún valor? ¿Y tiene algo que ver con lo que estamos discutiendo? De pronto no, de pronto sí. ¿Qué quiere decir Cervantes en su prólogo cuando se dirige al “desocupado lector”?

6.

Hablando de las revistas, ¿leer prensa “vale” como leer libros? ¿Qué vale leer? ¿Y cuánto cuesta? ¿A quién le importa decir que lee mucho, que ha leído, que es una persona “leída”? ¿A alguien que quiere defenderse de una acusación de ignorancia, a alguien que necesita de una autoridad, de un padre, de estatus?

7.

La lectura del best-seller es un pasatiempo, y la lectura del otro libro es una empresa y una aventura. Otra manera de decirlo es: el best-seller es una manera de pasar el tiempo, y el otro libro es una manera que tiene el tiempo de pasar. Y encima: leer el otro libro es interpretar las condiciones del tiempo como quien lee la mano o las constelaciones, o las tripas de animales sacrificados.

8.

Marcia Rocha, todavía preocupada por conocer el valor o el significado del trabajo en la escritura y la lectura, cuenta el caso de “mi primo Simón Rocha, que se echó veinte años escribiendo un libro, durante siete horas cada día, y no por eso el libro fue mejor. Además de trabajar tanto, mi primo sufrió mucho. Muchas veces se acostó sin comer, para tener más experiencias y tener entonces algo qué contar. Conoció como siete países del mundo o más. Fue drogadicto y luego dejó de ser drogadicto. De todo. Y tampoco es por eso mejor su novela, [titulada] Créanme .”

9.

El otro escritor escribe con la experiencia de la lectura de sí mismo, es decir, con la experiencia de todo lo posible y lo imaginable —todo lo legible— y no con la experiencia de los eventos. Saber escribir es distinto de saber contar una historia. Saber contar una historia casi siempre significa saber contarla de la manera menos imaginativa y reveladora posible. Saber escribir es también distinto de saber escribir con corrección (y flores de yeso). Escribir una historia es además distinto de tener una historia; es perderla. ¿Es darla? Uno quisiera saber contar un misterio, un objeto del azar, y ponerse así en camino de interpretar el mundo.

10.

El best-seller se hace con algo que se le ocurrió al autor, con una idea cultivada por la insidia de su empeño. El otro libro se hace con algo que pasa a través de él, o mejor dicho de otro; con una idea que no ha sido producida sino que se ha derivado de otra, desconocida para su escritor, y ésta a su vez de otra, en una generación desconocida y eterna. Escribir y leer es tratar de leer esa descendencia. (¿Hasta dar con el Autor?)

11.

El otro libro atiende a una necesidad que es común al escritor y el lector, a una necesidad abstracta e interminable que atravesó al escritor y que no equivale a un deseo de nada: ni de escribir. Y esta coincidencia al lector tampoco le produce ganas de leer. Leer el otro libro no es satisfactorio.

12.

El otro libro es ya una lectura. El “best-seller”, en cambio, aspira a ser un libro: a llegar al lugar que el otro libro dejará olvidado. Pero también es cierto que uno puede tener la impresión de que los best-sellers casi no parecen libros y casi no lo son. ¿Preferirían ser otra cosa? por ejemplo, películas que a su vez parecieran programas de televisión y que un día se convirtieran en juguetes. El best-seller quiere dejar de ser un libro para convertirse en otro objeto con menos lados y más inanimado.

13.

Da lo mismo leer un best-seller que oírselo contar a alguien. El best-seller no pierde nada con contarse; si acaso, gana. ¿Cómo contar, en cambio, el otro libro? Cuando tratas de contármelo terminas hablando de ti; diciendo lo que intuyes sobre algo, o sobre todo; contando el mundo. Y contando también el otro mundo inmóvil, pues al tratar de contar el otro libro revelas que en él no pasa nada. (Aquí le hablo a Margarita Rocha.)

14.

Al leer el otro libro sé que estoy leyendo sobre mí; o mejor dicho no lo sé, sino que lo pregunto: ¿cómo, por dónde se ha metido este otro autor a leerme la vida? Por donde los fantasmas, por las paredes, por la noche.

15.

En un sitio vive Nataniel Rocha, que siempre quiso ser escritor de best-sellers hasta que un día dijo: “Ya está. Lo hago porque lo hago, y lo lograré.” Desde entonces ha escrito montones de best-sellers. Nadie los ha leído, ni comprado, ni publicado, ni él ha tratado de mostrarlos nunca.

16.

Hay al menos una persona que a veces lee libros en un idioma que no entiende. ¿Cómo se hace eso? Arrastra la mirada por cada letra como si la calcara, y la tiene en cuenta, y las cuenta y recorre a todas. Es un lector cuidadoso. Por supuesto, le da lo mismo que los libros que lee sean best-sellers u otros.

17.

Cuando uno lee un best-seller entiende la fuerza de la voluntad del autor y el aspecto más banal de su vitalidad, su viveza. El otro libro comunica en cambio la muerte del escritor; el misterio de su muerte. Esto no significa que el autor del otro libro “viva eternamente en su obra”, sino que ha muerto y muere en su obra y es esa muerte sin voluntad de muerte, esa muerte necesaria y común, la que le dicta y la que está presente desde siempre, y es vida.

18.

¿Y qué? No, y nada. El punto anterior es algo que intuye una rama de unos Rocha. A mí me suena sincero aunque sí es verdad que puede sonar canónico.

19.

Una persona que no conozco dice que los best-sellers hacen vivir grandes pasiones. Que dan miedo, ganas de llorar, nostalgia de enamoramientos. Martínez Rochas le responde que eso no son pasiones, que pasión es lo que a él le da el otro libro: ganas de morirse. No, ganas no. Necesidad de andar muerto, de escribirse, de estar escrito. No es nada nuevo, sino entender algo muy viejo. Seguro e impredecible.

20.

El lector de best-seller —del libro cautivante— es, además de público cautivo o comprador cautivo, un cautivo agradecido, que reporta: “No puedo parar de leerlo, no lo puedo dejar”. El best-seller es un libro obligatorio. El otro libro no sólo me deja ir sino que me es esquivo. Pero me promete algo mejor que la diversión, y más feliz: otro destino para él entre mis manos.

21.

El best-seller no entiende la experiencia de la escritura ni la manera de vivir (muerto) (en) ella. Para él la escritura es importante: medio de expresión y medio de subsistencia, y por eso se la toma demasiado en serio, en disimulo y en lacayo. El best-seller es solemne. Reverentemente pomposo. Incómodo con la escritura, está siempre queriendo “salir de eso”. ¿Será por eso que su lector también quiere tanto acabar de leerlo y corre para alcanzar su final?

22.

El best-seller quiere un lector defensivo, porque es más fácil adoctrinar a los prevenidos. El otro libro invita a un lector dispuesto y abierto, con un interés radical en el mundo: un crítico. El best-seller requiere gente que esté aburrida.

23.

Hay algo que conecta al best-seller con el hogar y con la conversación en torno a la comida. Y hablando del hogar, en todas las casas tiene que estar el otro libro convertido en best-seller en sentido literal, el Quijote , sin que nadie lo lea. Hay que tenerlo ahí quieto, como querían la dueña y la sobrina. Don Quijote vuelve a ser el loco de la casa, como lo fue de su casa.

24.

A propósito, podría ser cierto, como alguien dijo, que Lope de Vega escribiera el Quijote de Avellaneda? ¿Un escritor bueno puede escribir mal sin dejar en evidencia que lo hace irónicamente? Pero hacerlo irónicamente no tendría ningún sentido. Tampoco Cervantes podría haber hecho el Quijote de Avellaneda. El escritor irónico no puede escribir mal en serio. Tampoco puede, del todo, escribir en serio.

25.

“¿Así que todo el mundo debería ponerse a leer a Cervantes y a Homero y a Ovidio y a Freud?” pregunta Nuno Roca, de los Rocha que se quitaron la hache porque era muda. “No, a lo mejor no”, se contesta él mismo. Pero a lo mejor sí. Todo el mundo, todo, todos los millones. Y en caso contrario, ¿para qué escribir esto? Para nadie, a lo mejor. Para que nadie lo lea. ¿Por qué? ¿No se quiere hacer un gesto político de la lectura?

26.

El best-seller no tiene nombre en español. El best-seller implica la traducción, el traductor que media la experiencia de la lengua, y además, el traductor que corrige la escritura original. Para los que los leen en la lengua original, digamos en inglés, los best-sellers parecen también traducidos del inglés al inglés.

27.

En español tendemos a no distinguir al best-seller del que no. Casi todo lo nuestro últimamente es medio-pseudo-falso-aspirante a best-seller. O acaso es que creemos que cualquier literatura merece la pena. “Al menos ahora la gente lee”, los Rocha han oído decir en Colombia. ¿Y cuál pena es la que merece? ¿Y qué tiene la gente que leer? Pero tal vez sí. Tal vez la promoción de la lectura, sin más, no es sólo un tic condescendiente, sino que el camino que la mirada cursa sobre estas huellas negras sobre el blanco lleva a algo, o lleve mañana.

28.

Y así, lo que Rocío Rocha lee es la etiqueta del champú. Su primer contacto cada mañana con las letras es simultáneo a su primer contacto con el agua, con el día, con la luz y con el mundo encantador de todo lo sintético (y también con la actualidad, es decir, con la industria del petróleo). Todas las mañanas, lo primero que ves es: “Cocamidopropil Betaina, Metilparabeno, Colorante CI 19140, agua desionizada”. Y también es la vida dándose noticias de ti. Ésta sí que es una propaganda buena para un champú.

29.

Este texto ha sido la otra historia de los Rocha. ¿Son parientes todos? En un best-seller aparte están sus chismes y los chismes que podemos decir de ellos. En este texto, sólo lo anterior. Y lo siguiente: ¿por qué escribí ese nombre? ¿Es una pregunta sin respuesta? ¿Tiene algo que ver con una muchacha a quien oíste mencionar hace poco sin que recuerdes en donde pero sí en qué contexto? ¿O soñé dos palabras y barajé sus sílabas para formar un nombre cualquiera? ¿Me lo inventé? ¿Me está leyendo alguien de apellido Rocha? ¿Usted? ¿Por qué lo llamo a usted, lector, “usted” y no tú? ¿Y quién será ese otro sin especificar al que, en el mismo párrafo, estoy tuteando? ¿Serás también tú? ¿Cuántos apellidos borré en la pantalla antes de decidir que todos los personajes se llamaran por igual?

30.

En Brasil por ejemplo también hay Rocha, y entre ellos uno que escribe entre semana sus best-sellers, y los lleva los fines de semana a un almacén que vende medias unisex, y mil cosas más. Los libros están todos hechos a mano. Rocha se cansa inventándolos y haciéndolos en verso. Luego les pone precio. Los que le parece que le han quedado mejor valen más, y los que un poco chuecos, menos; algunas personas se los compran por amistad, otras por pesar, otras por vergüenza. Quizás haya incluso alguien que los compre por miedo. Rocha no podría hacer más libros que los que vende, porque la semana no tiene más horas. Vende toda la edición. Lo bueno es que algunos de los compradores no saben leer, y ni ellos ni los libros dicen nada, y nadie se ha dado cuenta.

 

 

 

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