¡Aléjate de aquÃ, mujer! ¡Aléjate de este lugar santo!
Si antes estuve muerta, ahora desconozco haber nacido de tu vientre…
Ifigenia
León Febres Cordero – Clitemnestra. Tragedia en Tres Actos.
I
Nos conocimos en una fiesta en casa de unos primos mÃos, desde el principio me impactó su presencia. Llevaba un vestido de algodón de un color muy claro, quizá era blanco o tal vez beige, ceñido a su cuerpo destacaban sus amplias pero estilizadas caderas, sus piernas firmes y torneadas hacÃan juego con su diminuta cintura. Pero eso no es en modo alguno lo que más me fascinó, por sobre todo me sedujo ese rostro de rasgos finos y elegantes, a medio camino entre una cara infantil y un rostro maduro, que no es un rostro adolescente, no, es precisamente eso, un rostro ambiguo, hermoso pero ambiguo. Dulce y antipático a la vez, como el de las niñas prepúberes. Inocente y seductor al mismo tiempo, esa indeterminación me enloquecÃa. No podÃa dejar de verla, me deleitaba en sus senos compactos y tÃmidos, escudriñaba cada uno de sus gestos, de sus ademanes y modismos. Hablaba distendidamente, como si ella fuese dueña absoluta de la situación, ejerciendo su encanto entre todos los invitados, hombres y mujeres por igual la admiraban, ella lo sabÃa y cuando digo que lo sabÃa no digo que lo hiciera deliberadamente, al contrario, era precisamente esa naturalidad la que encantaba a todos y como ella no podÃa ser de otra manera sabÃa que ese era irremediablemente el efecto embriagador que iba a generar. Desde el principio me esforcé por llamar su atención, por acaparar su tiempo y su espacio en la fiesta. Hablamos de todo, de la universidad, de su trabajo, de lo aburridos que eran mis primos y de lo bien que la estábamos pasando esa noche.
Me contó que trabajaba para una agencia de publicidad de relativa importancia en el mercado nacional, que le encantaba su trabajo, la literatura y el buen cine. Me habló del tipo de música que le gustaba, de la música electrónica y del tango. “SabÃas que el tango y la música electrónica son como gemelas”, me dijo sonriendo como si revelara una travesura de la intimidad. “SÃ, a mà me encanta Gotan Project, son geniales, es como hermanar lo más sublime con lo más sórdido, lo virtuoso con lo perverso, lo divino con lo diabólico”. Ese comentario selló mi determinación de seducirla, de poseerla, de hacerla transitar por todos esos senderos de los que tanto habla. Acaricié su pelo haciendo rizos con un mechón de cabello, inicialmente me pareció que le incomodaba mi iniciativa, incluso creo que en principio le provocó un poco de aversión, pero al rato se fue relajando y seguÃa hablando de las cosas que le gustaban. Todos reÃamos como invadidos por una extraña agitación. Sorpresivamente, apareció uno de mis primos y sin mediar ni una palabra la tomó por la mano y la sacó a bailar al medio del salón, habÃa colocado música electrónica y sabÃa lo mucho que le gustaba a ella. Comenzó a bailar con movimientos desganados que progresivamente iban cobrando cada vez mayor ritmo, con una cadencia que parecÃa fluir de algún punto en lo más profundo de su espÃritu. Entró como en un trance, elevaba los brazos haciendo siluetas en el aire y moviendo su cintura sensualmente, como en una danza mÃstica, como si a través de esos movimientos entrara en contacto con algo más allá de toda palabra, de toda determinación. Se quitó las sandalias y comenzó a acariciar su cuerpo de una forma que, de sólo verla, una ola de calor me invadÃa por completo. Al aproximarse el final de la pieza ella dio varios giros sobre su eje y terminó desplomándose a mi lado en el sofá, el cabello le cubrÃa parcialmente la cara y sus ojos estaban cerrados. Sentà unos deseos alucinados de besarla pero me contuve porque no sabÃa si ella y yo… si ella estarÃa dispuesta conmigo…
II
La tÃa Elena siempre me hablaba de ese gran dÃa, nos decÃa que después de ese dÃa ya no podÃa tratar a los niños de la misma manera, que serÃa una señorita y que no debÃa dejar que ningún niño se me acercara, porque “todos los hombres -decÃa mi tÃa- quieren escupir su moco dentro de una”. Mi tÃa sabÃa mucho de eso porque era una mujer a la que le habÃan escupido muchas veces muchos hombres. De niña, me metÃa en el cuarto de baño de la tÃa y peinaba mis muñecas mientras ella se depilaba las piernas y las axilas. A ella le encantaba hablarme sobre la importancia de ser bella, de ser una mujer, pero no cualquier mujer sino precisamente de ser mujer. Para ella ser mujer era cultivar su cuerpo, la casa y la cama. Cuando hablaba con sus amigas, yo me metÃa debajo de la mesa con mis muñecas y las escuchaba hablar toda la tarde de los hombres, de sus maridos y de sus amantes. Las amigas de mi tÃa eran todas mujeres muy hermosas, bien arregladas, elegantes, que pasaban horas en el espejo y dÃas sin comer. Siempre decÃan: “en la calle una debe ser una señora, en la casa una dama y en la cama ¡una puta!” y se reÃan mostrando sus perfectos trabajos de ortodoncia. Como para mi tÃa, y sus amigas, una verdadera mujer jamás debe salir en pantalones porque los pantalones son para las feas, yo, debajo de la mesa me dedicaba a ver sus piernas depiladas y torneadas y a espiar discretamente sus pantaletas, susurrándole a mis muñecas: “en la calle debes ser una señora, en la casa una dama y en la cama ¡una puta!”.
Mi mamá en cambio jamás hablaba de su cuerpo, no se dejaba ver desnuda ni siquiera por mÃ, que tenÃa ocho años y lo único que querÃa era peinar mis muñecas mientras ella se bañaba. A mamá la tÃa Elena le parecÃa frÃvola y desvergonzada, que traducido a la lengua de mi tÃa querÃa decir estúpida y regalada, pero mamá jamás usaba esas palabras. Mamá castigaba sistemáticamente todo intento de mi parte por averiguar algo sobre mi cuerpo y el de ella, cuando tenÃa dolores de vientre, que eran espantosos y la hacÃan retorcerse en la cama desfigurando su rostro con cada mueca de dolor, ella me hacÃa salir del cuarto y me decÃa que algo le habÃa caÃdo mal en el almuerzo. En una oportunidad encontré una toalla sanitaria en la papelera del baño, corrà a preguntarle a mamá si se habÃa cortado y ella me respondió con una cachetada fortÃsima, diciéndome que era asquerosa y cochina, que una niña decente no anda hurgando en la basura y me mandó a mi cuarto castigada. Mamá odiaba ser mujer, cada veintiocho dÃas maldecÃa el dÃa en que habÃa nacido mujer y se daba golpes en el vientre, logrando asà que le doliera más. Mi tÃa en cambio adoraba sus menstruaciones, siempre decÃa: “estoy en esos dÃas” y me sonreÃa como si fuera una cuña de tampax, disfrutaba sus cambios de humor, sus levÃsimos malestares menstruales y por sobre todo la ola de excitación que la invadÃa antes y después de cada flujo.
Como no tenÃa hermana ni hermanos, me entretenÃa jugando con mis muñecas pero sobre todo me gustaba mirar en los cuartos sin que nadie me viera. La primera vez que vi una actividad amorosa me pareció una experiencia dolorosÃsima y fea. Papá estaba encima y empujaba sus piernas furiosamente contra las de mamá que estaban entreabiertas. Papá hacÃa unos sonidos horribles como los de un cochino y decÃa obscenidades a cada rato, mamá en cambio permanecÃa en silencio sin hacer ningún gesto de placer, dolor o fastidio, en realidad estaba como ausente. Al final papá hizo un chirrido de animal degollado y mamá soltó un brevÃsimo quejido, en una pÃrrica victoria de su cuerpo sobre su mente. Papá se incorporó, encendió el televisor y un cigarrillo sin decir ni una palabra y mamá se retiró al baño porque odiaba el olor a tabaco. Siempre que papá se iba a trabajar, mamá repetÃa: “Ya se fue el tabaco” y mamá odiaba el tabaco. De ella aprendà que “los hombres son un tabaco” y de mi tÃa que “en la calle debes ser una señora, en la casa una dama y en la cama ¡una puta!”. El problema era cómo hacer conciliar estas dos máximas de vida, esos dos imperativos categóricos.
En una oportunidad, cuando tenÃa once años, vi a mi tÃa hablando por teléfono con una de sus amigas sobre su última experiencia sexual con el entrenador del gimnasio, estaba acostada en la cama (en falda como siempre) y mientras le relataba a su amiga lo bien dotado que lo tenÃa el instructor, firme, recto, con una amplia y esponjosa cabeza, asà como la técnica completamente profesional que utilizaba, deslizaba sus manos por debajo de la falda y abrÃa completamente las piernas tocándose suavemente en el centro de ambas. Hablaba con naturalidad pero hacÃa pausas breves para cerrar los ojos y exhalar un minúsculo pero placenterÃsimo quejido. Hubiese querido acercarme y curiosear allà dentro, pero me parecÃa que mi tÃa no entenderÃa mi curiosidad gnoseológica, mi interés estrictamente epistemológico luego de ser privada constantemente de ese saber por parte de mi mamá. Fue entonces cuando descubrà como hallar la sÃntesis, la superación de los opuestos…. fue entonces cuando descubrà mi verdadera situación…
III
Hoy viene a despedirse definitivamente, no la habÃa visto tan radiante desde la fiesta en casa de mis primos, ya no hay remedio, la separación es inminente e irreversible. Accedió venir a cenar a mi apartamento bajo la condición de que cerráramos definitivamente el capÃtulo de la separación, que ha sido largo y tortuoso. Luce un vestido azul de seda completamente ceñido al cuerpo y sus curvas son hoy más hermosas que nunca. Parece feliz y esa felicidad se entierra en mà como una daga, parece satisfecha y aliviada de que hoy sea nuestro último encuentro. Hago un esfuerzo por no revelar mi dolor, sonreÃr y hacer como si nada estuviese pasando. Su cabello, completamente liso, baña sus hombros descubiertos por el escote del vestido. He decidido colocar un poco de música, comencé con algo cuyo gusto compartiéramos: War de Goran Bregovic, en la banda sonora de Underground. Bien visto, nuestra relación ha sido como una guerra, una guerra en la que sólo he salido perdiendo yo. Le he preparado su plato favorito, Cartoccio de lomito en salsa de hongos. Adora ese plato, siempre que tenÃamos una ocasión especial comÃa ese plato como un tributo a nuestros intensos pero poco frecuentes instantes de felicidad. He preparado con extraordinaria dedicación la salsa, dándole un toque especial, algo para sentir a plenitud…
Asà como ama War, asà también detesta Underground Tango, que está dos piezas más adelante en el disco. Siempre me dice que eso no es tango, que qué van a saber en los Balcanes cómo se hace un tango. “La música es un reflejo de las culturas, por eso War es una gran pieza, porque refleja la cultura balcánica de Bregovic, pero Underground Tango, ¡por Dios, eso no es tango!” me repetÃa siempre que sonaba la pieza. Charlamos sobre sus proyectos futuros, me contó que le habÃan asignado la cuenta de un cliente muy importante y que estaba emocionada con la idea de hacer una gran campaña a nivel internacional, está leyendo El tambor de hojalata de Günter Grass y tiene pensado hacer un postgrado en Inglaterra el año próximo. Me preguntó sobre mi tesis de maestrÃa en FilosofÃa, le dije que todo marchaba bien, que estoy trabajando con textos de Martin Heidegger, en especial con el tema de la muerte y que estarÃa lista en unos seis meses. Se acercó al reproductor de CD’s, tomó el disco de Gotan Project que ella misma me habÃa regalado al poco tiempo de iniciar la relación e hizo sonar “Una música brutal”, que es su pieza favorita. Entonces aproveché la oportunidad para pedirle que bailara para mÃ. “Por favor, no te tortures y no me lo hagas más difÃcil para mà -me dijo con voz de súplica-, qué sentido tiene recordar esas cosas, es mejor pasar la página”. Insistà en que no se preocupara, que no me causaba daño y que lo viera como una función privada de despedida. Una vez más comenzó a moverse con desgano y poco a poco fue cobrando intensidad y cadencia, una vez más estaba en trance, yo la miraba y sentÃa que un profundo vacÃo se apoderaba de mÃ, elevó los brazos haciendo oscilaciones y dibujando figuras en el aire, acarició su cuerpo como aquella vez pero al llegar al vientre se detuvo y dejó de bailar. Es claro que está embarazada, lo sospechaba desde hace unas semanas, sobre todo cuando se agudizaron nuestros problemas, pero ahora ya no tengo duda, está esperando un hijo. Me preguntó que si ya podÃamos cenar, que estaba cansada y no querÃa irse muy tarde. Comimos Cartoccio de lomito, sólo que yo no quise la salsa de hongos. Después de la cena brindamos con vino, “por nuestro amor” dije yo, “por el futuro” dijo ella. “Por el futuro” repetà yo en silencio.
IV
De todas mis primas yo fui la última en desarrollarme. A los doce años todavÃa no aparecÃan en mà signos de madurez sexual, no tenÃa pechos ni vello púbico ni ensanchamiento de caderas, nada. Mis primas en cambio tuvieron su menarquia entre los diez y once años todas. A Cecilia la tomó por sorpresa en el colegio en pleno receso de clases, le vino un flujo abundante y uno de los niños que se dio cuenta comenzó a burlarse de ella, en unos segundos todos los niños y niñas habÃan hecho un cÃrculo en torno a ella y se reÃan a carcajadas o la miraban con asombro y asco. Ella se abrió paso y corrió en dirección al baño destilando un hilo rojizo de secreciones uterinas. No volvió al colegio en una semana y, como mi mamá, odia ser mujer. LucÃa en cambio casi no notó el paso de la niñez a la pubertad, su menarquia fue gentilmente dosificada por la naturaleza en dosis muy pequeñas, tan sólo descubrió una mancha entre marrón y vinotinto en su ropa interior. Con los ojos aguados, su mamá (mi tÃa Emily) le explicó que ya era una señorita y la abrazó tiernamente. LucÃa nos contó todos los detalles posteriores de su primera menstruación porque lo vivÃa como un triunfo personal.
A los doce años, durante las vacaciones escolares, obsesionada con la idea de que jamás me llegarÃa mi turno, me sentaba en el piso del baño, colocaba un pliego de papel bond debajo de mà y esperaba por horas y horas a que bajara el flujo. No querÃa que me sorprendiera desprevenida en el colegio como a Cecilia, asà que le robaba una toalla sanitaria a la tÃa Elena y me la metÃa en las pantaletas desde los once años. SabÃa también que a diferencia de LucÃa, mamá jamás me abrazarÃa y celebrarÃa conmigo la llegada de la madurez. Asà vivà dos años y medio pensando, anhelando, rogando por que me llegara la menstruación. Casi al cumplir los catorce años, sentada en mi cama leyendo La náusea de Jean Paul Sartre, sentà que algo se desprendÃa dentro de mÃ. Algo descendÃa por ese conducto membranoso y fibroso que en las hembras de los mamÃferos se extiende desde la matriz hasta la vulva y que nosotros llamamos vagina. Me apresuré a buscar un pañuelo, me senté de cuclillas y dejé caer un abundante flujo de desecho uterino. Cuando sentà que ya habÃa pasado todo, me limpié con cuidado y me senté a observar aquello que habÃa salido de mÃ, vi allà toda mi infancia desde el alumbramiento hasta el dÃa anterior, veÃa allà a mà mamá dándose golpes en el vientre, a papá haciendo gemidos animales, a la tÃa Elena tocándose suavemente entre las piernas, a Cecilia destilando lÃquidos rojos, a LucÃa en los brazos de la tÃa Emily, a todas las amigas de la tÃa Elena mostrando sus perfectos trabajos de ortodoncia, veÃa a mis muñecas y me veÃa susurrándoles al oÃdo cosas que nadie sabe de mÃ.
Jugué un rato con los grumuelos y coágulos desprendidos, con la punta del dedo tome un poco de lÃquido, lo posé sobre la lengua y apreté contra mi paladar. No sabe mal, algo amargo, pero no sabe mal. Escribà sobre el pañuelo mi nombre y dejé que se secara al sol en la ventana. TodavÃa hoy conservo ese pañuelo. Soy mujer, no rechazo mi condición ni la acepto como un don natural, no soy ni como mi mamá ni como la tÃa Elena, yo escojo ser mujer, es mi elección, mi decisión existencial. Yo soy una mujer porque he comprendido que sólo apropiándome de la experiencia única e irrepetible de mi menarquia soy dueña de mi feminidad, no necesito aprobación ni repudio de los otros para elegir ser mujer, amo ser mujer, amo lo femenino…
V
La noche de la fiesta en casa de mis primos hice lo imposible para garantizar el poder dormir con ella, como sabÃa que dormirÃa en alguna de las habitaciones de la casa, fingà que mi carro no encendÃa e insistà en quedarme esa noche en casa de ellos. Finalmente terminamos durmiendo juntas en el cuarto de servicio, en una diminuta cama que se hundÃa un poco en el centro. Charlamos en la oscuridad un buen rato antes de que ella se quedara dormida, me contó sobre su última relación con un compañero de trabajo y de lo mal que le habÃa ido con él. Me preguntó si tenÃa novio y le respondà que no estaba interesada en ningún hombre. Todo quedó en el silencio de la más absoluta oscuridad. Mi corazón latÃa frenéticamente y no podÃa lograr dormir de la emoción, al cabo de un rato la abracé y ella balbuceó un: “¿qué pasa?”, “nada, tengo un poco de frÃo, ¿te molesta?” le respondà y me dijo prácticamente dormida que no. SentÃa el calor de su cuerpo por toda mi piel, mi cara rozaba ligeramente sus pechos y yo estaba invadida de lÃquidos. Deslicé mi mano y la posé con cuidado sobre sus piernas, parecÃa profundamente dormida porque no hizo ningún movimiento. No podÃa resistirlo más, poco a poco fui deslizando mi mano hasta su entrepierna y con sigilo introduje mis dedos debajo de su ropa interior, hizo un movimiento como si se fuera acomodar en otra posición, quedé paralizada, no sabÃa si sacar la mano o dejarla donde estaba. No podÃa dar marcha atrás, el deseo me impedÃa pensar racionalmente. Froté con delicadeza el cuerpecillo carnoso y eréctil sobresaliente en la parte más elevada de su vulva, un suave clÃtoris que se dejaba mecer dócil en la dirección que ordenara mi dedo. Sentà que su vulva se humedecÃa cada vez más, que se inundaba con cada contacto mÃo. No quise hacerme ilusiones, sé bien que es una reacción biológica completamente involuntaria, probablemente ni siquiera habÃa notado mi subrepticia penetración en su intimidad. De repente, una sacudida convulsa seguida de una compresión de sus piernas hizo que me apresurara a sacar la mano, pero en ese instante ella lo impidió posando su mano sobre la mÃa.
-No te detengas, por favor -me dijo.
-Quiero beber todo de ti -respondà arrebatada de deseo.
Con movimientos serenos abrà sus piernas de par en par y aproximé mis labios a los suyos. Ella palpaba mi cabello con ambas manos y me presionaba contra su pubis, dibujé con la lengua cÃrculos alrededor de su abertura y caté cada uno de los sabores de sus fluidos vaginales. Con la nariz hacia cosquillas entre los rizos del vello y ella respondÃa con risas entrecortadas. Remonté su cuerpo con besos, lamà sus pezones y finalmente la besé, la besé con desesperación y ella me correspondió. Aquella fue la noche más feliz de mi vida, hoy en cambio…
VI
¿Por qué la amo? Siempre me pregunto porqué a pesar de todo la amo, y siempre obtengo la misma respuesta. La amo porque amándola la poseo, la subyugo, la pervierto, porque amándola me apodero de toda su belleza, toda su dulzura, toda su maldita perfección, mi amor la infecta como un virus, destruye sus resistencias y la vuelve vulnerable e indefensa ante mis deseos, la convierte en un apéndice de mi voluntad. La amo porque de lo contrario no tendrÃa otra alternativa que odiarla, que destruirla o hacerla desaparecer, por eso prefiero pervertir su alma, corromper su cuerpo y envenenarla con todo mi amor. Pese a todo la amo, la amo con locura, no podrÃa vivir sin ella y no voy a vivir sin ella. En las mañanas, cuando me levanto y veo al espejo, veo en él su reflejo, mi rostro se transfigura y se convierte en el de ella. Somos una unidad indivisible y no voy a permitir que eso cambie, no dejaré que nada ni nadie perturbe esa unidad, ni siquiera ella misma. Jamás, jamás podrá ser sin mÃ, yo soy el ser para ella, fuera de mà no hay ser, fuera de mà ella sencillamente no puede ser.
VII
-Me siento mal, siento unas puntadas en el abdomen.
-Tranquila, seguro es que comiste muy rápido y la comida te cayó mal, ¿quieres recostarte un rato?
-No, quiero un poco de agua, ¿puedes darme un poco de agua?
-Claro, espera aquà que ya te la traigo. Sabes, algunas amigas me han dicho que has vuelto con el publicista, te han visto con él en un centro comercial. ¿Están saliendo de nuevo?
-¿Ah? Sà hemos salido un par de veces, pero sólo como amigos… Me duele mucho el vientre, me siento mal.
-¿Será que tienes el perÃodo? Si mal no recuerdo es por estos dÃas que te viene la menstruación.
-No, no es la regla, no puede ser la regla… Aaayyy, cada vez son más fuertes.
-¿Qué raro, tu perÃodo siempre es muy puntual? ¿Será que tienes quistes?
-No, la semana pasada fui al ginecólogo y todo estaba normal.
-¿Al ginecólogo? Pero si tú odias ir al ginecólogo.
-Es distinto, necesitaba ir… Me duele mucho, tengo como unas contracciones, es horrible, no soporto el dolor.
-Si quieres te doy unos calmantes, aunque quizá deberÃas tomar un digestivo.
-Estoy mareada y tengo muchas ganas de vomitar… Aaayyy, creo que es mejor que me vaya…
-No, ¿estás loca? No puedes manejar si te sientes tan mal, es mejor que te quedes un rato a ver si se te pasa el malestar. Voy a colocar un poco de música para que te relajes, ¿te parece bien algo de Piazzolla? Ya sé, “Dúo de amor”, que a ti te fascina.
-Pon lo que quieras, de verdad no me siento nada bien.
-Sabes, desde aquella noche en casa de mis primos siempre pensé que éramos como almas gemelas, como el tango y la música electrónica. ¿Te acuerdas? Fuiste tú la que me señaló esa extraña hermandad. Jamás pensé que te perderÃa, menos aún que serÃas tú la que desearÃa estar lejos de mÃ. No puedo entenderte, pensé que lo nuestro era algo especial, que conmigo habÃas vivido experiencias inolvidables y que vivirÃamos para siempre dentro del hechizo de aquella noche.
-Por Dios, te pedà que no volvieras sobre ese tema, me juraste que no tocarÃas ese tema, no hubiese venido si… ¡Creo que estoy sangrando, me duele mucho, llévame a un médico, por favor!
-Ves, te dije que era la menstruación, eso es todo.
-¡Que no es la menstruación, te lo ruego, llévame a un hospital!
-Está bien, no llores, iremos al hospital en un momento, espera que termine la pieza, sólo faltan seis minutos. Escucha ese bandoneón, cada vez más lúgubre, seguro que simboliza una separación. Como la nuestra.
-Estoy sangrando mucho, me duele, me duele, te lo pido por favor…
-Sabes, la mayorÃa de las mujeres no saben lo que es la feminidad, la mayorÃa se cree ese cuento falocentrista de que una mujer realizada es aquella que usa su cuerpo como una incubadora, estúpidas, no entienden nada. Las verdaderas mujeres son como nosotras, unas amazonas, no necesitamos de nadie para tener éxito en la vida y disfrutar de nuestros cuerpos y nuestras mentes a plenitud. Las verdaderas mujeres nos tenemos las unas a las otras.
-¡De qué coño estas hablando, llévame a un médico, me estoy desangrando!
-La menarquia es el desprendimiento de la niñez, nos deshacemos de ese estado de incompletitud y alcanzamos nuestra verdadera condición existencial. Una mujer jamás debe olvidar su condición, una amazona nunca debe traicionar su feminidad prestando su cuerpo para servir de incubadora, por eso hoy he querido regalarte este preciado momento, ayudarte a desprenderte de esa estúpida niñez que has permitido que invada tu vientre. Sé que estás embarazada, jamás te perdonaré que nos hayas traicionado de esa manera. Hago esto porque te amo, porque te amo con locura… ¿Recuerdas cuando te mostré el pañuelo? Tú has sido la única de mis parejas que no reaccionó con asco ante ese tesoro personal, allà me convencà de que éramos una unidad inseparable.
Un grito estremece toda la habitación, coágulos de sangre y tejidos uterinos emanan a borbotones de un vientre en gravidez. La alfombra blanca se torna roja y la visión se hace nebulosa. El rostro cada vez más pálido, las fuerzas huyen galopantes del cuerpo. Intenta erguirse, las piernas desmayan precipitándose hacia una mesita de centro y estrellándose contra una colección variada de souvenirs. Una mano toca el vientre, cuya matriz se desprende pedazo a pedazo conforme el fármaco, hábilmente oculto en la salsa de hongos, hace su efecto. Una mano en la entrepierna intenta detener la hemorragia. Otro grito aún más feroz reclama auxilio, tendida en la alfombra asume una posición fetal, su vestido azul de seda completamente ceñido al cuerpo se tiñe de rojo de la cintura hacia abajo, sus curvas son hoy más hermosas que nunca.
Suena el bandoneón en sus notas finales, dos mujeres yacen acostadas en la alfombra cada vez más roja, una abraza la otra sintiendo el tenue calor de su cuerpo que desaparece lentamente. La imagen gira con pesadez en espiral, fluidos rojos invaden la escena desde el borde hacia el centro, las dos mujeres son inundadas progresivamente hasta quedar cubiertas por completo, ahora sólo quedan coágulos y grumuelos.