Vea usted. Si me permite, le podré explicar qué sucedió y cómo sucedió, y de ese modo quedaremos todos claros. Trataré de ser lo más breve posible porque imagino que tendrán otras cosas que hacer. Resulta que amo mi trabajo. Aunque algunos dicen que es un trabajo patético, a mà me parece de lo mejor que hay. En ocasiones hasta hay comida gratis. Además, la tranquilidad de las noches cuando me toca hacer guardia nocturna se presta perfectamente para la lectura. Muchos libros ya he leÃdo en ese lugar y por eso aprecio el trabajo. Es cierto que cuando me toca desechar algunas cosas o limpiar el área de trabajo, pues las cosas son diferentes, pero le digo, no me quejo. Andaba un dÃa tranquilo en el turno nocturno con una noche profunda sobre mÃ, cuando escuché ruidos en el patio posterior. Aunque soy discreto, a veces mi curiosidad me lleva a ponerme en peligro, como quiera que sea mi trabajo de guardia nocturno exige que me cerciore de lo que ocurrÃa. Tomé mis instrumentos de vigilia y me dirigÃ, sin prisa, a investigar. Pude notar movimiento detrás de unas cajas y con mucho cuidado las removà y allà me encontré con la siguiente escena.
¿Les dije que querÃa ser escritor, especialmente de guiones de cine? Una de las claves para tener éxito es postergar la revelación, ¿no cree? Bien, bien, continúo. Pues resulta que habÃa seis gatos acompañados de su madre justo detrás de las cajas que mencioné. Los gatitos recién nacidos estaban acurrucados sobre los pechos de la madre. Ella, muy alerta de cualquier movimiento sospechoso que yo diera, para saltar en la defensa de sus crÃas. Esa noche por casualidad habÃa llevado algo de leche para mi merienda nocturna. Un poco de leche caliente ayuda a aliviar los nervios y al menos a mà me mantiene despierto. Bueno, el caso es que busco la leche y la gata muy precavida, poco a poco se acerca y toma. Mientras sus crÃas fueron pequeñas pude alimentarlas con leche durante todos mis turnos nocturnos. De hecho, en varias ocasiones me ofrecà para cubrir esos turnos funestos que nadie querÃa y asà poder alimentar a mis amigos felinos. Algunos crecieron rápidamente y como estábamos en el centro de la ciudad, la gata madre empezó a tener problemas para proveerles alimento a todos. Como quiera ella se las arreglaba para llegar con una rata o algún ave pequeña, pero esto no era suficiente. Yo seguà proveyendo mis dosis nocturnas de leche, pero las miradas hambrientas de los gatos poco a poco me afectaron. Los observaba con detenimiento. HabÃa cuatro que eran muy rápidos y cuando llegaba la madre atacaban con furia la comida hasta saciarse, pero los otros dos quedaban algo rezagados. Esto comenzó a reflejarse en el tamaño de los gatos. Los primeros cuatro crecÃan muy aprisa mientras que los otros apenas rebasaban el tamaño que tenÃan al nacer. Cuando el primero de los pequeños murió, supe que tenÃa que hacer algo. Realmente la combinación de muchas deudas y poco presupuesto ponÃa en jaque cualquier intento de comprarles comida. Estuve largas horas del dÃa pensando como solucionar mi problema de una manera eficiente, y asà fue como se me ocurrió el plan maestro. Cuando tenÃa turnos de dÃa, siempre estaba cerca del área de procesamiento porque el técnico que allà trabajaba era uno de los pocos empleados divertidos que tenÃa el lugar. En muchos de mis ratos libres, cuando no alcanzaba el dinero para comer fuera o simplemente me saltaba el almuerzo, iba con él al taller como le llamábamos y lo veÃa trabajar. El hombre realmente era exasperante en la frialdad de su empresa y hasta lo vi comiendo en el taller. Luego de terminar su trabajo, amontonaba los sobrantes, los colocaba en una caja que luego una compañÃa de desechos especializada se llevaba una vez cada dos semanas. Asà que decidà tomarme unas libertades con el sobrante. SabÃa la fecha en que la compañÃa recogÃa los sobrantes y preparaba porciones en pequeños sacos para asà garantizar que tendrÃa para todo el tiempo. Eran desechados, asà que, no me pareció un crimen tomar un poco para que los pobres animales pudieran sobrevivir. Los miraba mientras engullÃan los sobrantes, se veÃan tan felices de poder comer a sus anchas. Cada uno tenÃa una porción y ya no tenÃan que competir por la comida. En las semanas que siguieron los vi crecer con más fuerza. PodÃa jurar que hasta su pelo brillaba más.
Una noche llegué a mi turno correspondiente y cuando fui a buscar los sacos de reserva, no estaban allà y en el taller tampoco quedaba nada. Esa noche mis pobres amigos sólo pudieron beber leche. Al otro dÃa fue igual y como toda la semana me tocaba el turno de noche y a esa hora no habÃa a quién preguntarle, decidà darme una vuelta de dÃa por el local. Le pregunté a mi amigo del taller sobre la ruta de la compañÃa de desechos. Mi amigo sorprendido por mi interés me contestó que la nueva polÃtica de la compañÃa requerÃa un nivel de limpieza más alto y se estaban haciendo rondas diarias para recoger los sobrantes. Me fui de allà frustrado. Qué desperdicio. Ni pensar que todas las sobras eran para las llamas, mientras que mis amigos se morÃan de hambre. Pasaron dos dÃas en los cuales, además de leche, les pude llevar algunos sobrantes mÃos, pero yo comÃa tan poco que no resultaba suficiente y terminaban peleándose de nuevo por la comida. Una tarde mientras los veÃa pelear por la escasa carne de algunos huesos que les habÃa traÃdo, se me ocurrió una idea, a mi entender genial.
Mi amigo no terminaba su trabajo el mismo dÃa porque algunos le tomaban más tiempo. Asà que, utilicé destrezas aprendidas en pelÃculas de espionaje (bueno realmente tenÃa la llave) y logré entrar en el taller. ConocÃa el sitio muy bien y di con un trabajo a medias. Estaba muy frÃo por lo que tuve que utilizar las herramientas de mi amigo para extraer un pedazo. Calenté lo obtenido por mi esfuerzo en el microondas para removerle el frÃo y les servà porciones a todos mis amigos. Tuve mucho cuidado de limpiar bien los cuchillos de la cocina que utilicé porque mis jefes sabÃan que yo nunca usaba la cocina de noche. Mis amigos complacidos saltaron como nunca y jugaron toda la noche junto a mi silla de vigÃa, mientras yo me deleitaba con sus juegos y alternando la lectura de Los hermanos Karamazov con la novela Vendaval de un tal Marcos. Seguà asà por unas semanas hasta que un dÃa cuando llegué al lugar, mi supervisor y mi amigo del taller me esperaban en la puerta. Luego de unas horas de preguntas les conté la verdad explicándole la situación, pero ni aún al mostrarle lo saludable que estaban los gatitos pude apaciguar la furia de mi jefe. Llamó a la policÃa y me llevaron arrestado como si fuera un criminal. Y aquà estoy frente a usted, su SeñorÃa. Le he dicho toda la verdad como querÃa hacerlo. Mi abogado anterior se rehusaba, por eso decidà hablar yo mismo y prescindir del estorbo de abogados. Sé que usted comprenderá. Sólo me queda una pregunta más, ¿quién cuidará mis gatitos si no regreso a la funeraria?