Con la señora a duras penas si conseguÃa una erección que le permitÃa penetrarla. Era ahà cuando empezaba el verdadero martirio porque nunca alcanzaba la excitación suficiente para venirse. Horas y horas de darle a ese cuerpo de carne abundante y floja que aullaba debajo de él. Si la oscuridad era absoluta y la tocaba lo menos posible, podÃa imaginarse que la señora era la niña. Entonces se venÃa al instante.
La niña sà le producÃa erecciones como debÃan ser. Le bastaba con verla salir de la ducha envuelta en su toallita blanca o paseándose por la sala con su pijama de pantalón corto y blusa de tiras.
VivÃa con ellas desde que la niña tenÃa siete años. Ahora tenÃa trece y le decÃa papá. Los senos ya le estaban brotando. Pero la regla todavÃa no le habÃa llegado. Si lo hubiera hecho, la señora se lo hubiera contado. Además las únicas toallas higiénicas que aparecÃan en la papelera del baño eran las que descartaba la señora cuando estaba en esos dÃas. Se morÃa de ganas por saber si le habÃan salido vellos en el pubis, las axilas estaban limpias. Cada vez que la niña alzaba los brazos para alcanzar un objeto de la alacena, él se detenÃa a examinarla.
Esa mañana llamaron por teléfono a la señora para avisarle que un tÃo habÃa muerto. No convenÃa llevar a la niña a una ceremonia tan triste y larga y tampoco podÃan dejarla sola. Era una niña. Lo más prudente era que él se quedara a cuidarla.
Cuando llegó del colegio, la niña se encontró con que su mamá se habÃa ido al velorio de un tÃo. Sintió que debÃa ponerse a llorar, apenas si habÃa conocido al tÃo y no le salió ni una lágrima. Se comió la merienda que él le preparó. Hizo la tarea mientras él lavaba los platos. Entonces llegó la noche y la hora del baño. Salió envuelta en su toallita blanca y él la siguió con la mirada. Encontró el pijama de pantalón corto y blusa de tiras sobre su cama. Se lo puso y volvió a la sala. Él sonrió y la invitó a ver televisión en la cama grande.
En cuanto la niña se durmió, él apagó el televisor y empezó a masturbarse. La niña estaba a su lado, boca abajo. Con la mano libre se puso a acariciarle la espalda. Después bajó a las nalgas y de ahà no le tomó mucho tiempo llegar a la entrepierna. La niña se movió y él aprovechó para darle la vuelta. Le quitó los pantaloncitos, la oscuridad era absoluta, le bastó con el tacto para darse cuenta de que no le habÃan salido los vellos. Esto lo excitó sobremanera y le separó las piernas. Con una mano se masturbaba y con la otra la tocaba a ella. El clÃtoris se le habÃa hinchado, estaba mojada, la niña permanecÃa quieta pero no era posible que siguiera dormida. Entonces le acercó el miembro al pubis. No pensaba penetrarla, sólo iba a restregarlo hasta venirse. A medida que lo hacÃa la respiración de la niña se fue agitando, definitivamente estaba despierta y no estaba negándose. Asà que él se mintió diciendo que sólo iba a introducir la punta. Cuando lo hizo, la niña soltó un gemido. A él le pareció que era de placer y ya no pudo contenerse. Lo hundió hasta el fondo.
La niña gemÃa y él se movÃa rÃtmicamente, despacio, para no hacerle daño. Cuando estaba a punto de venirse, todavÃa tuvo la presencia de ánimo para preguntarse si debÃa hacerlo por fuera o por dentro. Se acordó de que a la niña todavÃa no le habÃa llegado la regla y se vino por dentro. Entonces todo quedó en calma.
A la mañana siguiente quitaron, entre los dos, las sábanas de la cama grande y las llevaron a la lavadora y todo siguió siendo como era antes. Lo único diferente ocurrió cuando la estaba despachando para el colegio. La niña se acercó para besarlo, nunca lo hacÃa, él se sintió algo cohibido y le puso el beso en la frente. La señora llegó cuando las sábanas ya estaban limpias. La conciencia de la muerte le habÃa dado ganas de sexo. Él supo que ya no iba a cumplirle ni con una de sus erecciones blandas.