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Testimonios sobre El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince


Apuntes sueltos alrededor del libro de Héctor Abad Faciolince

Olga Lucía González

¿Qué más agregar sobre el libro de Héctor Abad F. que no haya sido comentado por las varias reseñas que ya han sido publicadas y las otras que se presagian? Casi todos los comentarios han anotado la oportunidad histórica de su libro El olvido que seremos , y la importancia del personaje -por cierto, alguien que se inventó el año rural médico en Colombia merece de antemano mis respetos y levanta mi curiosidad. Esto no es una nota de lectura, sólo algunos apuntes sueltos, a modo de abrebocas y mientras escribo una reseña.

El primero es relativo a los ancestros y las líneas de partición. La parte del libro que se refiere a las relaciones de parentesco -en el sentido antropológico más elemental- es muy interesante. Abad es sincero y lúcido cuando evoca la herencia familiar que le tocó en suerte. Una buena mitad de su familia, tiamenta y primos, siguió vocaciones de índole religiosa. De esos, unas tres cuartas partes pertence al catolicismo más rancio, más conservador, el más anacrónico pero también el más frecuente. Los restantes evocan un sentimiento de inofensividad (¡cuántas monjas!) o una conciencia de liberación. Abad narra como si fuera natural que así tuvieran que suceder las cosas. El resultado es un retrato de esta Colombia de mediados de siglo, donde las familias de clase media pero instruida se debatían entre estar y no estar, obedecer bien u obedecer a medias. Todo un episteme social. Por otro lado, como toda persona sabe, la filiación también se escoge, y las páginas de Abad sobre los unos y los otros son la descripción y las razones de ser de esa toma de conciencia personal que lo hace optar por cierta perspectiva del mundo, por privilegiar una herencia por encima de la otra.

Otro punto interesante y quizá no tan sorprendente, pero revelador de la libertad de pensamiento del autor, es este de las relaciones de la élite de Medellín -y del país-, la gente que juega polo y que se codea con la decencia y tiene buenas maneras, con el crimen, con lo feo, con la sangre. Por cosas del destino de su nivel de instrucción y su nivel económico y su estatus social, a Héctor Abad (padre) le tocó que los cónyuges de sus propias hijas fueran gente que se moviera en los círculos de quienes estaban sospechando de él, por “comunista”, por “ateo”, por “guerrillero”, por pensar y por peligroso. (Como se sabe, el pretendiente de una de sus hijas fue el que se dice el primer trabajador del país). Esa gente y sus amigos sabía que lo iban a matar, algunos quizá participaron en el crimen, otra callaba o se cambiaba de silla. Esta ética inmoral de las élites más pulcras y más celebradas es realmente una fase por explorar en la narrativa colombiana.

Por último, ¿qué contar y qué no contar? ¿Dónde empieza la ficción de una vida? ¿Dónde la verdad de una narración? Desde el punto de vista de la creación literaria, este punto me parece el más interesante. Burgess lo decía a su manera: cuando le vio la cara al cretino que iba a escribir su biografía, se le adelantó con los hermosos y exagerados, muy posiblemente ciertos a medias pero oh cuán verosímiles, dos tomos de su autobiografía ( El pequeño Wilson y el gran Dios y You've Had Your Time ) Cuando la tarea se la ha atribuido el hijo, prima la mirada infantil, fascinada -como ocurre al principio del libro de Abad, lleno de humor, que no dejó de evocarme a E.L. Doctorow de La feria del mundo . Pero el libro de Abad Faciolince quiere ser también un homenaje a una filiación, a una familia, a un linaje -dice él: la respuesta al olvido que seremos- y contiene una interrogación por la tierra -y se me ocurre que Abad se inspiró para desatar la pluma del bello libro de Amos Oz , Una historia de amor y de tinieblas . Sólo que Abad no nos deja en tinieblas, él insiste en ir y abrir los cajones -algunos que no hubiéramos querido que tocara- y no me refiero a la tonta querella de los nombres propios, que apropiadamente y merecidamente figuran, para bien o para mal, sino a otros cajones menos interesantes. Ahora bien, que si Abad los menciona, y Abad es un buen escritor, acaso sea para decir otra cosa, para despertar otro fantasma y asustar al destinatario del mensaje. Como todo hijo, Abad también intenta deshacerse amorosamente de su padre.

Dejémoslo así por hoy.

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Texto publicado originalmente en el blog, Sociología para novatos: Apuntes sueltos ... (05/01/07)