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Revista de Libros
No. 10 diciembre 2006

del editor
Alejandro Martín

Un justo homenaje a los cómics

Los cómics en Colombia prácticamente no existen. En este momento no hay ninguna publicación de este tipo en el país, los suplementos dominicales para niños fueron reemplazados por un par de páginas de tiras cómicas, y sobre todo, de la gran cantidad de títulos que se publican en el mundo son muy pocos los que llegan a nuestras librerías (y sólo a muy pocas de ellas). ¿Será que se trata de un género muerto? ¿ ¿Será que a nadie le interesan? Yo estoy tentado a pensar que prácticamente no se conocen. Este número de piedepágina se propone renovar en el país el interés por un tipo de libros absolutamente fundamental, y al interior del cual han sucedido quizás las innovaciones más importantes del mundo editorial en los últimos tiempos.

Los cómics son tradicionalmente un género infantil, pero aquí todavía ni los colegios ni las bibliotecas han aprovechado su inmenso potencial. Ojalá pronto los profesores de español pongan a leer cómics a sus alumnos y hagan proyectos conjuntos con las clases de dibujo; y en las bibliotecas públicas se generen “clubes del cómic” como los que hoy son tan exitosos por toda Europa.

De todas maneras debo reconocer que de la selección que aquí presentamos, gran parte de los volúmenes se dirigen al público adulto. Pero es que de los libros para adultos publicados en los últimos tiempos yo no dudaría en afirmar que tres de los más importantes son cómics: Maus, Jimmy Corrigan y Persépolis. Es más, muchos de los verdaderos fanáticos de las historietas podrían quejarse de que los escoja como los máximos exponentes, ya que por sus temáticas parecerían estar mucho más cerca de la elaboración novelística; aunque en realidad tanto en los formatos como en el estilo de narración episódica siguen siendo fieles al género al que pertenecen.

Hoy se usa el término “novela gráfica” para nombrar libros como estos tres. La etiqueta se usó por primera vez en 1978 para Un contrato con Dios, de Will Eisner y se popularizón en 1986 gracias a dos clásicos: Watchmen de Allan Moore y Batman: The Dark Knight Returns de Frank Miller (aquí reseñamos la secuela: Batman Year One). Así se distinguieron aquellos cómics que no venían en folletines sino armados como novelas. ¿Este cambio implica una diferencia notable? No mucho, ya que incluso las viejas historias seriadas pueden reunirse en volúmenes más grandes y muchas de las llamadas “novelas gráficas” se publicaron primero por entregas. Por encima de todo ha significado una nueva forma de mercadeo: este “nuevo género” hizo posible que los cómics llegaran a las librerías y aparecieran en las listas de best-sellers de los periódicos: Persépolis, 450.000 copias vendidas; Jimmy Corrigan, 100.000 en pasta dura (según Wikipedia, que me brindó estos datos y otros tantos más). Es verdad que en Europa, y sobre todo en el mundo francés, existían desde hace tiempo los álbumes (o Bande Desineés) y en Japón se publican millones de libros de Manga que se leen más que ningún otro tipo de publicación (y con los cuales quedamos en deuda, ya que de los infinitos títulos existentes aquí se reseña sólo Akira); pero todavía nuestro mundo de los cómics está mucho más influenciado por lo que sucede en Estados Unidos.

Ahora no nos queda sino esperar que estas novelas gráficas lleguen algún día a nuestras librerías (en Argentina, un país con una historia de cómics impresionante, acaba de salir publicado Maus traducido por César Aira). Y ojalá este número de piedepágina, el feliz número 10, sirva para animar a editores y distribuidores para decidirse a impulsarlas.

Desde siempre ha sido tema de discusión el “prestigio” de los cómics, y es tradicional la inclinación entre los maestros del género a sentirse “menospreciados” por aquellos que ensalzan la literatura, el arte plástico o el cine como las “grandes artes”. Varios de los dibujantes más importantes han colaborado en la campaña de “rescatar” a los cómics: Eisner con sus libros sobre el arte secuencial, Chris Ware como editor de un número espectacular de la revista McSweeney’s con lo mejor de los últimos años, y Spiegelman con el particular proyecto de encargar la “adaptación” al cómic de una novela de uno de los escritores más prestigiosos del momento: Paul Auster (La ciudad de cristal). Pero hoy, en tiempos en los que el arte contemporáneo ha abandonado toda pretensión de establecer un formato particular y en los que lo popular ha dinamitado las formas clásicas de “estratificación”, la nostalgia por ser “literatura” o “estar en los museos” quizás no tiene sentido. Muy probablemente la actitud más acertada es la de Allan Moore, autor también de V for Vendetta, que se siente cómodo y contento dentro del término “cómic”: buscar ser novela es reconocerse inferior de partida, cuando en experimentación, riesgo y elaboración los autores de cómics desde comienzos de siglo han ido la mayoría de las veces más lejos que los escritores.

En Colombia, luego de una época dorada a comienzos de los noventa con la revista Acme, los cómics firmados por colombianos desaparecieron. Pero eso debe cambiar pronto, ya que se está viviendo una inundación de talentos gráficos que se comienzan a hacer notar tanto en la publicidad, como en formatos más sencillos como los esténciles que van llenando las paredes o los fanzines que se multiplican todos los días. Todos esos comiqueros en potencia se dedican fundamentalmente a la ilustración: el álbum de ilustradores colombianos que publicamos en este número quiere ser un homenaje al talento gráfico colombiano y también una ventana para que los editores puedan conocer una variedad de estilos que todavía no aparecen en muchas de las publicaciones.

Ojalá veamos pronto en las librerías de nuestras ciudades más publicaciones gráficas y todo este talento se vuelque en cientos de cómics colombianos.



 

 


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